Este es un cuento feroz de un loco que ignoró su destino, cruel y retorcido, y que cometió un desliz y resignó su virtud. Verter símbolos, de eso se conoce este entuerto, pero con un deseo excesivo y confuso como si de objetos de coste impreciso se refiere.
El viejo escribiente, ¡qué noble oficio!, se encorvó sobre el texto y miró con ojos desmedidos sobre el libro que, folio con folio, instituyó en un grueso volumen. Sus dibujos son los eternos con los que los hombres nos decimos, empero fino es su empeño en que esté solo por y con él. Esto es, como un lobo codicioso lo tiñen los que ven con orden.
Loco se siente porque no posee eso que se le fue. Por ello feliz no es y vive solo por eso. Dicen que es un giboso y molesto yerro del entorno, este mundo sutil que enloqueció, pero no lo creo mis corifeos.En todo este tiempo juntó deseos, sexo y simiente en su ser. No lo volcó en su símil mujer sino que se dedicó con tesón con lo que es su pulsión. Pero todo es poco con un loco. Escribe y escribe torcido corriendo el vino tinto que imprime en el escrito que los gentiles le ceden por unos míseros pesos.
Sin ver el sol y sin ver lunecer, escribió y escribió en un libro que creyó que lo colmó en un tiempo de éxitos, en un turbio elixir. Con todo, renunció sin mejores logros y sin medir los hechos; su gente se fue yendo sin irse. Por ello en un desierto convirtió su entorno. Como en todos estos ítems, mujer, siervos e hijos hicieron mejor empleo de su tiempo.
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