Título original: “The Genocides”
Thomas M. Disch.
Año de publicación: 1965
La literatura de ciencia ficción tuvo en los años ’60 del
siglo pasado a exponentes que centraron su producción en llevar al límite los
problemas sociales y medioambientales que se comenzaban a observar. Las
consecuencias no deseadas de la modernidad empezaban a pasar factura. Si a ello
le sumamos lo peor de la guerra fría, estamos frente a un mundo extremadamente
peligroso, a la vez que frágil, plasmado en la literatura de época.
Así
nos encontramos, en un simple vistazo, con la trilogía distópica de J. G.
Ballard, cuanto menos “Un mundo sumergido”, de 1962 y “La sequía”, de 1964, las
visiones oscuras y psicodélicas de Aldiss, el colapso poblacional de “Hagan
sitio, hagan sitio”, de Harry Harrison de 1966 y la obra debut de Thomas M.
Disch, “Los genocidas”, de 1965.
Si
en las obras de los autores antes mencionados encontramos alguna pequeña luz de
esperanza en la supervivencia de una humanidad exangüe y al límite de su
extinción, en este caso la más mínima posibilidad está completamente vedada.
Una
extraña invasión alienígena ha ocupado el planeta tomándolo como un campo de
cultivo y los seres humanos, como el resto de las especies que habitan el
suelo, son en cuestión de poco tiempo barridos como alimañas o plagas que
pueden agredir el cultivo.
En
pocos años la civilización se derrumba, las ciudades colapsan y sólo algunos
grupos pequeños mantienen a raya las gigantescas plantes alienígenas que se
consumen los recursos del planeta. En ese estado Thomas Disch nos presenta un
experimento social en el que las más bajas pasiones humanas son puestas de
manifiesto frente al hambre y la desesperación de las personas que en grupos
reducidos replican los comportamientos de las grandes civilizaciones
extinguidas.
Siguiendo
la línea argumental de la obra, somos un suspiro en el universo, en este caso
degradados al estado de una chinche o una oruga, una alimaña que solo debe ser
barrida de la tierra por el solo hecho de estorbar el desarrollo de un cultivo.
Deprimente
por donde se la mire o lea pero tan necesaria en un mundo en que lo pasatista y
frívolo puede jugar una mala pasada. Cada página es un descenso en el espiral de la angustia existencial. Uno
busca algo en el texto de qué aferrarse para que esos sufrientes personajes
puedan vivir, salvar a la humanidad (¿para qué?) pero a medida que pasan las
páginas, en mi caso, el dolor se va instalando más y más para llegar al final
con un nudo en la garganta porque el fin de la humanidad es casa vez más
poderoso, más omnipresente y demencial. No hay nada por hacer más que correr,
huir hacia adelante, para morir antes o después.
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