22 junio 2025

Identidad escindida y el duelo de los nombres heredados en Ernesto Sábato. Felipe Bochatay.

 


 


“Me llamo Ernesto, porque cuando nací, el 24 de junio de 1911, día del nacimiento de san Juan Bautista, acababa de morir el otro Ernesto, al que, aun en su vejez, mi madre siguió llamando Ernestito, porque murió siendo una criatura. «Aquel niño no era para este mundo», decía.” (Antes del fin. Ernesto Sábato.)

 

Cuando llegué a Sábato, en mi temprana adolescencia, quedé atrapado apenas abrí la novela Sobre héroes y tumbas y leí la noticia de la muerte de Alejandra. El hecho de que fuera lectura obligatoria en mi escuela no despertó en mí ni intenciones de rebeldía ni, en el extremo opuesto, la sumisión del alumno dócil. Quedé prendado de la oscuridad de esos personajes que no eran ni malos ni buenos sino sufrientes. Luego comprendí que existía algo que se llama existencialismo, sin embargo poco me interesaba el concepto, sólo deseaba zambullirme en el Parque Lezama para encontrarme con Martín y Alejandra.

De esa forma tuve mi primer acercamiento con la historia, luego, como casi siempre ocurre, con el escritor. Sábato era una persona muy particular; de ser la joven promesa de la física argentina, un candidato al Nobel, a un escritor atribulado por las pasiones existencialistas. Había un largo trecho.

¿Cuáles eran esos demonios que lo atormentaban? ¿Por qué sus personajes estaban teñidos de esas preguntas sin respuestas?

Que las historias estas llenas de paradojas, curiosidades y otras historias dentro de historias, olvidadas o tan ocultas que son difíciles de hallar, no es ninguna novedad. Este artículo intenta explorar los casos de escritores y artistas, en particular la historia de Ernesto Sábato, que nacieron después de la muerte de un hermano, heredando su nombre o que sobrevivieron a un gemelo con terribles consecuencias para su psique.

 

Historias dentro de historias

Esto es así pues enseguida que se piense en ello vamos a interrogarnos sobre la configuración de una identidad que se va a hallar escindida o cuanto menos menguada o atravesada por el peso simbólico del nombre heredado o de un fantasma que se adosa al hermano que lo sobrevive.

Ernesto Sábato (Rojas, Buenos Aires, 24 de junio de 1911– Santo Lugares, Buenos Aires, 30 de abril de 2011), supo convivir con fantasmas gran parte de su vida. Ellos le dieron, en El túnel (1948), al pintor loco y asesino por celos de Juan Pablo Castel; también al padre incestuoso y paranoico de Fernando Vidal Olmos, en Sobre héroes y tumbas (1961), que tan bien describió ese mundo crepuscular; y a su doble sin acento, Ernesto Sabato, en Abaddón el exterminador (1974).

  Es que Sábato fue un gran escritor argentino del que pocos saben tuvo una especie de doble espectral, a la par que sobreviviente de una familia con once hermanos. De qué va esto.

  En su autobiografía Antes del fin (1998) revela que su verdadero nombre debía ser Ernesto Pedro, en homenaje a un hermano anterior. El anterior Ernesto había fallecido a los pocos meses de vida, un tiempo antes de que nazca el otro Ernesto, Ernesto Roque Sábato. Así el famoso e inconsolable escritor fue bautizado con el mismo nombre.

 

“Aquel nombre, aquella tumba, siempre tuvieron para mí algo de nocturno, y tal vez haya sido la causa de mi existencia tan dificultosa, al haber sido marcado por esa tragedia, ya que entonces estaba en el vientre de mi madre…” (Antes del fin. Ernesto Sábato.)

 

  Como si ello no fuera poco, en alguna oportunidad supo manifestar que inclusive estaba en tela de juicio la verdadera fecha de su nacimiento. El dato oficial dice que nació un 24 de junio de 1911, sin embargo bien pudo haber nacido un día antes, el 23 de junio, dado que según relata el mismo Sábato, nunca supo con exactitud la fecha de su nacimiento. Sobre el tema interrogó en reiteradas oportunidades a su madre quien, aparentemente, fingía no recordar en forma precisa la fecha de nacimiento del escritor. Así lo relata en Abaddón el exterminador:

 

“Nunca supe después con exactitud si mi nacimiento se había producido el 23 o el 24 de junio. Pero cuando un día en que yo la acosaba, me confesó que era el atardecer y que se estaban encendiendo las fogatas de San Juan.

—Pero entonces no hay duda: fue el 24, el día de San Juan —le decía.

Mamá meneaba la cabeza:

—En algunas partes también se encienden fogatas en la víspera.”

 

  Van Gogh y la tumba con su nombre.

  Sin embargo no debe sorprendernos este tipo de acontecimientos, que eran hechos muy comunes en la época, de hecho otro caso conocido es el de Van Gogh.

El 30 de marzo de 1852, en Zundert, Países Bajos, tenía lugar el nacimiento de Vincent Willem, en el seno de la familia Van Gogh. Quizás sea un dato engañoso, lo que todo el mundo sabe, bueno, los que están en el arte, es que el 30 de marzo de 1853 nace el más conocido de los Vincent Willem.

¿Dos Vincent Van Gogh? Así es. Del primero poco se sabe, tal vez que vivió unos días o un poco más. No hay registros fidedignos. Hoy es solo una sombra en el devenir de la historia. Y no importa mucho en verdad, aunque se trate de la muerte de un niño, en esa época la mortalidad infantil era cuanto menos estrafalaria comparada con la actualidad. Por otro lado, fue su hermano homónimo quien sería más tarde el famoso y atribulado pintor.

El pobre hermano, muerto prematuramente al parecer, fue enterrado en las cercanías de donde vivía la familia, más precisamente en las inmediaciones de la iglesia donde era pastor protestante el padre, por lo que no es de extrañar que, siendo tan solo un niño, Vincent Willem visitase una tumba donde estaba grabado su nombre y apellido. Algo que hiela la sangre saberse el sustituto del hijo idealizado pero que ahora es un fantasma al cual se visita en una tumba que lleva el nombre de quien la observa.

Así que vaya problema para los consteladores o estudiosos de las cartas astrales. Dos hermanos, nacidos el mismo día, con el mismo nombre, pero separados por un año y la incertidumbre de no saber qué podría haber sido el primer Vincent. Sin embargo esta no es la primera, ni será la última, de las curiosidades entre hermanos, después de todo, desde los tiempos bíblicos de Caín y Abel los hermanos vienen dando que hablar.

Desde una perspectiva freudiana, podría afirmarse que Vincent, como Sábato, vivió bajo el peso de un duelo no elaborado, y que parte de su pulsión artística puede entenderse como un intento desesperado por constituirse como “el verdadero Vincent”, frente a la sombra del primero. Y Sábato bien pudo haber sido otro.

Van Gogh vivió toda su vida perseguido por un sentimiento de inadecuación, de ser incomprendido, como si viviera una vida prestada o ajena. Su arte puede entenderse como una forma de redención del doble ausente, una manera de otorgar existencia al que no pudo vivir.

Desde una lectura metafísica, este caso plantea una pregunta inquietante: ¿fue Vincent el segundo, o el primero? ¿Era él mismo, o la reencarnación del hermano muerto? Su vida parece querer responder esa pregunta por medio del sufrimiento y la pintura, como si cada trazo fuera un intento de afirmar: “Estoy aquí, aunque no debería”.

Pero regresemos a Ernesto Sábato. Llevar el nombre de su hermano muerto, ¿no es vivir bajo una identidad ya usada?, ¿una segunda versión de otro ser? Carl Jung cuando juega con los arquetipos lleva la cosa un poco más allá. ¿Ese hermano muerto, Ernesto o Ernestito, no sería una sombra, una presencia que no deja de manifestarse a través de la creación literaria de Sábato?

 

“Siempre me fastidió aquella incerteza, incerteza que me había impedido tener un horóscopo preciso. Y más de una vez volvía a interrogarla, porque tenía la sospecha de que me ocultaba algo. Cómo era posible que una madre no recuerde el día del nacimiento de su hijo?” (Abaddón el Exterminador. Ernesto Sábato).

 

El cuerpo simbólico del hermano muerto actúa como un doble espectral que interpela al sujeto desde su origen. Para Otto Rank, en El doble. Un estudio psicoanalítico, de 1925, este tipo de duplicación produce una angustia ontológica ligada al “doble narcisista” y que el pasado de una persona se aferra a ésta, y se convierte en su destino. Algo que Dostoievski en El doble, de 1846, lleva al extremo. Tan al extremo que dicha novela tiene una “doble” reescrita veinte años después.

Sin lugar a dudas es lo que debe haber padecido Van Gogh durante gran parte de su vida. Ni hablar de los problemas psicológicos relacionados con la suplantación simbólica de una vida por la otra.

Yo estoy vivo.

Un experto en esas lides fue Philip K. Dick, quien sufrió a un gemelo ausente y usó la literatura como revelación.

Así lo podemos leer en la interesantísima biografía de Philip K. Dick, de Emmanuel Carrère, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos: Un viaje en la mente de Philip K. Dick. En ella relata un hecho macabro, se describe de forma muy descarnada los primeros años, bueno toda la vida, pero acá importa esta etapa de donde obtenemos este dato: Dorothy Kindred Dick, dio a luz el 16 de diciembre de 1928, en Chicago, a una pareja de mellizos sietemesinos: Philip y Jane Charlotte. Según Carrère ambos tuvieron al poco de nacer sus propias lápidas. La historia cuenta que eran muy pobres y que la madre solo tenía leche para uno solo. Sabemos quién fue el sobreviviente, Jane falleció a las cinco semanas de vida.

  Lo cierto es que cuando en 1982 fallece Philip, fue su padre quien entierra sus restos junto a los de su hermana Jane. A la lápida, doble, solo había que gravarle la fecha de fallecimiento de Philip.

Según palabras de P. K. Dick, el fantasma de su hermana siempre rondó en su cabeza, Dick creció con una fotografía de ambos en la cuna, viéndose reflejado ese hecho dentro de su obra, plagada de personajes desdoblados, universos paralelos y realidades que se disuelven. Lo que no es más que una prolongada meditación sobre la identidad fracturada o fragmentada agudizada por una vida relacionada con las drogas alucinógenas, pero ese es otro tema.

Dick afirmaba que su hermana le transmitía mensajes del más allá, y que buena parte de su creatividad provenía de esa conexión transdimensional. La recurrencia a gemelos, el “gemelo perdido”, y los dobles en sus novelas —Ubik, Los simulacros, Una mirada a la oscuridad o Tiempo desarticulado— son el testimonio de esta grieta ontológica en la identidad, pues la sensación de sentirse incompleto debe haber agravado sus traumas.

 

Pedro Páramo y Fernando Vidal Olmos.

Regresando a Sábato y su relación con la ciencia, él se definió como un hombre escindido, dividido al fin entre la razón científica y la vocación literaria, una escisión que puede asociarse con la carga de ocupar el lugar del ausente. Su obra, un trío de aguas profundas —El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el Exterminador (1974)— está habitada por figuras obsesivas, dobles, y visiones alucinatorias de un mundo corroído por la culpa y la imposibilidad de redención.

  En Ernesto Sábato la figura del hermano ausente puede leerse en el personaje de Martín del Castillo, en su relación con Fernando Vidal Olmos, en una configuración de alter ego, entre lo racional y lo irracional, lo visible y lo oculto. El "Informe sobre ciegos" es una clara alegoría del inconsciente como espacio donde lo reprimido (la sombra) adquiere forma monstruosa. Por otro lado no podemos dejar de pensar en Bruno como el otro lado de Fernando Vidal Olmos.


Algo que lo acompañó desde niño.

En Antes del fin relata cómo ese acontecimiento, el de un hermano fallecido cuando todavía no nacía…

 

“… motivó, quizá, los misteriosísimos pavores que sufrí de chico, las alucinaciones en las que de pronto alguien se me aproximaba con una linterna, un hombre a quien me era imposible evitar, aunque me escondiera temblando debajo de las cobijas. O aquella otra pesadilla en la que me sentía solo en una cósmica bóveda, tiritando ante algo o alguien —no lo puedo precisar— que vagamente me recordaba a mi padre. Durante mucho tiempo padecí sonambulismo…”

 

Un caso paradigmático es el del escritor mexicano Juan Rulfo (1917–1986) quien si bien no fue gemelo ni llevó el nombre de un hermano fallecido, su caso resulta relevante por la manera en que la pérdida de familiares cercanos, ambos padres y un hermano mayor, configuró una narrativa donde los muertos hablan. En Pedro Páramo, obra cumbre del realismo mágico, de 1955, el protagonista llega al pueblo de Comala en busca de su padre, pero descubre que todos los que lo habitan están muertos, y que él mismo muere a poco de iniciada su búsqueda.

Pedro Páramo es una obra construida sobre la voz de los personajes muertos pero presentes en la tierra que los cobijó, donde el protagonista, Juan Preciado, es el hijo que busca una identidad, que sólo puede acceder a saber sobre su padre por medio, y desde el diálogo, con la muerte; y ese diálogo se plasma en una polifonía de voces espectrales, cargadas de mensajes cifrados, que reflejan un juego de identidades que se observan frente un espejo en el que el azogue se ha desdibujado haciendo que las figuras antagónicas padre-hijo, vivo-muerto, se conviertan en “sombras”, en este caso sombras que guían a un muerto entre los muertos.

 

Duelos.

Quizás estos autores hablan desde la orfandad óntica y donde la literatura se convierte en un elemento para dialogar con el ausente. Los casos de Sábato, Van Gogh, Dick y Rulfo permiten delinear un patrón de producción artística atravesado por el duelo del doble. La repetición de nombres, la pérdida de un gemelo, o la necesidad de hablar con los muertos revelan que la identidad puede fundarse tanto en la presencia como en la ausencia. En todos estos autores, la escritura o la pintura actúan como forma de convocar al ausente, de reparar simbólicamente una fractura ontológica originaria, y de recuperar, en el arte, lo que la vida negó.

Sábato le agrega el condimento metafísico.

 

“Pasaron algunos años después de su muerte cuando leyendo uno de esos libros de ocultismo supe que el 24 de junio era un día infausto, porque es uno de los días del año en que se reúnen las brujas. Conciente o inconcientemente mi madre trataba de negar esa fecha, aunque no podía negar lo del crepúsculo: hora temible. No fue el único hecho infausto vinculado a mi nacimiento. Acababa de morir mi hermano inmediatamente mayor, de dos años de edad. Me pusieron el mismo nombre! Durante toda la vida me obsesionó la muerte de ese chico que se llamaba como yo y que para colmo se recordaba con sagrado respeto, porque según mi madre y doña Eulogia Carranza, amiga de mi madre y allegada a don Pancho Sierra, «ese chico no podía vivir». Por qué? Siempre se me respondió con vaguedades, se me hablaba de su mirada, de su portentosa inteligencia. Al parecer, venía marcado con un signo aciago. (Abaddón el Exterminador. Ernesto Sábato).

 

Es que en las tradiciones cabalísticas o en la filosofía hermética, el nombre es una forma de esencia, un “destino escrito”. Si aceptamos que cada nombre conlleva una vibración o carga simbólica, entonces heredar el nombre de un muerto puede interpretarse como recibir parte de su destino inconcluso. Vaya si la tuvo difícil Ernesto Sábato que no sólo fue “otro Ernesto”, sino que fue el cumplimiento postergado de una existencia trunca. Esta idea resuena con la noción de “doble vida” o “vida prestada” que muchos escritores con historias similares relatan o evocan inconscientemente en su obra, como Van Gogh, Rulfo, P. K. Dick o Mark Twain.

La historia de Mark Twain está cargada de esa fina ironía que tan bien supo llevar a su literatura, y en particular a sus famosas frases. El mordaz escritor norteamericano tuvo un hermano gemelo en su infancia. Cuenta el mismo escritor que para diferenciarlos le ataban a cada uno una cinta en la muñeca con un color diferente. Siendo tan solo bebés los dejaron solos en la bañera y uno falleció ahogado.

Hasta acá otra muerte horrible de un niño. Lo macabro es que estando ambos en el agua sus pulseras se desataron, de tal forma que en verdad nunca se supo quién se ahogó. De esta forma surge la famosa frase de Mark Twain:

 

Desde entonces no sé si yo soy yo o mi hermano

 

Experiencias existencialistas.

Algo que el también el mismo Sábato escribe en Antes del fin, solo que él lo lleva a la experiencia existencial, a hablar sobre cómo el mundo le pareció siempre extraño, ajeno, como si su vida no le perteneciera del todo, como si fuera un superviviente de otra historia, de otra historia pero con el mismo nombre. Reflexiona así en Abaddón el Exterminador:

 

Estaba bien, pero por qué entonces habían cometido la estupidez de ponerme elmismo nombre? Como si no hubiese bastado con el apellido, derivado de Saturno, Ángel de la soledad en la cábala, Espíritu del Mal para ciertos ocultistas, el Sabath de los hechiceros”.

 

Sábato no sólo fue escritor sino también físico, científico y luego ensayista. Su obra estuvo marcada por fuertes inquietudes existenciales, vivió como si su vida estuviera permanentemente habitada por otro que lo miraba desde el fondo del espejo. La muerte temprana de su hermano pudo haber encarnado esa sombra que lo siguió siempre: el niño muerto que no llegó a vivir, pero cuyo nombre se perpetuó y en esa repetición del nombre de un hermano muerto, la presencia del gemelo perdido o la irrupción de voces de ultratumba, tan presentes en Informe sobre ciegos, activan el arquetipo del doble, el Doppelgänger y de la sombra, en el sentido junguiano.

Sombra que representa las partes rechazadas del yo que, al no ser integradas conscientemente, retornan desde el inconsciente con fuerza perturbadora. En estos artistas, la sombra toma la forma del hermano muerto: un otro con quien comparten nombre, tiempo de gestación o historia de sangre, y cuya ausencia define el destino creativo del sobreviviente y la creación artística aparece como un intento de integración simbólica del yo escindido. El arte, así entendido, no es sólo forma de expresión, sino ritual de restitución, duelo y expiación metafísica.

En Sábato la obsesión por el abismo, por lo no dicho, por lo invisible que condiciona lo visible está presente en sus personajes y por ende en su obra. La muerte, el doble, la culpa, la sombra, son elementos centrales en sus obras, tanto literarias como pictóricas. Quizás en él el arte se convirtió en formas de exorcismo y revelación, en el intento de narrar una historia que no es solo la propia, sino también la del que faltó, haciendo hablar de esa forma a los muertos, dando forma al vacío y encarnando lo ausente.

Cierro con un breve texto de Abaddón que seleccioné hace más de veinte años atrás y que quizás en esa época lo entendí como un fiel reflejo de los demonios dentro de Sábato: “En una época remotísima la humanidad vivía en la esfera celestial. Constituía una inmensa familia que rodeaba al Divino Padre. No tenían cuerpo, era una comunidad de ángeles. Estos ángeles estaban dirigidos por una jerarquía espiritual denominada Satanás, una jerarquía de gran poder. Como puede tenerlo un general en tiempo de guerra. La ambición del poder, sin embargo, es lo que pierde a los seres, de cualquier naturaleza que sean. Y no por ser espiritual se carece de ambición. Así que la ambición comenzó a perturbar la conciencia de Satanás, que llegó a considerarse omnipotente como el Divino Padre, cuando en realidad carecía de la facultad creadora. Y comenzó a trabajar astutamente para rebelar la organización a su cargo, prometiendo jerarquías y poder.”





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