18 agosto 2024

Rock y Jazz en "La caza del carnero salvaje" de Murakami. Por Felipe Bochatay.

 


“Era también la época de grupos tales como los Doors, los Rolling Stones, los Byrds, los Deep Purple y los Moody Blues. La atmósfera daba la impresión de estar insidiosamente electrizada, hasta el punto de que hubiera bastado con dar un enérgico puntapié para que todo se viniera abajo en un santiamén”.

 

Cuesta comentar este libro de Murakami. Mientras avanzaba en la lectura la primera impresión que tuve fue de un gran desconcierto por algunos diálogos que, además de inverosímiles, parecían sobrar o no llevar a ningún parte. Para colmo, luego de terminar la novela, me quedé con una extraña sensación de desasosiego en la boca, como si hubiera presenciado un film en el que los personajes no son del todo creíbles o un guion que adolece de inconsistencias, en definitiva, una de falta de entendimiento.

El final, alerta spoiler, es cuanto menos desconcertante, pero bueno, qué novela de Murakami no tiene algo de eso.

Esta es su tercera obra, fue publicada en 1982 y con ella conquistó el prestigioso premio Noma para autores noveles. En cierto sentido podemos decir que con esta obra es con la que salta al estrellato.

La caza del carnero es una novela independiente y auto conclusiva que puede leerse prescindiendo de sus obras anteriores. Hago esta referencia dado que acá se cierra la historia de este personaje sin nombre y su amigo “el Rata”, como así también de otro personaje, en este caso secundario como lo es “Jay”, un chino que regentea un bar al que el personaje sin nombre acude en las novelas anteriores a beber y sacar conclusiones existencialistas.

La Caza del carnero salvaje si bien termina con “el Rata”, sigue hacia adelante con las aventuras de este joven publicista sin nombre que retorna unos años después a sus extrañas aventuras en lo que sería una secuela, Baila, baila, baila.

 

Algunas características

Como está escrita en una época pre internet los personajes matan el tiempo limpiando la casa, bebiendo, escuchando discos o simplemente matando el tiempo es lugares destinados a ello. Esta es una característica de Murakami, todos sus personajes están inmersos en un universo que combina lo más profundo de la cultura japonesa dentro de un universo pop capitalista plagado de referencias a marcas y estilos de vida hipermoderno.

Así nos encontraremos con que los personajes consumen vinos o cervezas de determinadas marcas, escuchan discos de música de la época, visten a la moda occidental, en definitiva, consumen compulsivamente cultura capitalista occidental a la par que lo profundo del Japón aflora con determinados personajes que ofician como telón de fondo en la trama.

 

Trama

La trama es muy fiel al estilo Murakami, que comienza a despuntar acá. En esta novela podemos ver los cimientos sólidos de este estilo muy propio de lo que algunos llaman realismo mágico y otros directamente fantasía. Las cosas suceden (léase para cualquiera de sus novelas) en un mundo ordinario, mecánico y rutinario, sin embargo un hecho o acontecimiento misterioso e ilógico rompe con la paz de lo rutinario y sin darnos cuenta entramos en un mundo muy similar al nuestro pero con algunas pequeñas variantes, imperceptibles cambios de la realidad que son insostenibles en nuestro mundo.

Así veremos a un ignoto publicista, el narrador, que recibe una misteriosa carta (otro elemento pre internet) junto a una foto por parte de “El Rata”. La imagen es utilizada a pedido del amigo para una publicidad en una revista y este hecho desencadena un viaje a Hakkaido, una zona inhóspita del Japón para cazar al carnero salvaje, un carnero muy peculiar que es buscado por una organización cuasi secreta (otro de los tópicos de Murakami) y que le encomienda a tarea.

En la novela los personajes aparecen y desaparecen con absoluta normalidad, como la hermosa chica (otro tópico de Murakami) modelo de orejas y prostituta vip que le tiende una soga importante para su tarea. Así logra dar con el “Dolphin Hotel” para poder avanzar en la búsqueda hasta esa inhóspita zona montañosa del Japón profundo.

El viaje, que para nada es el viaje del héroe, termina con el encuentro de un fantasma, un hombre disfrazado de carnero como un osito de peluche tamaño humano, la ultraderecha presionando para que obtenga resultados rápidos, un chofer de limusinas que pone nombre a un gato y podría seguir con eventos inverosímiles que Murakami sabe ir incorporando finamente para que la suspensión de la credulidad por parte del lector sea completa. En mi caso recién al concluir el libro me puse a pensar en todos los eventos que hubieran hecho explotar una mente racional.

Es un pacto ficcional que el autor nunca rompe a través de la naturalización de lo maravilloso desde lo narrativo. Esa es su especialidad pero cómo lo maldije en la lectura. Es que los hechos más insólitos son contados con una absoluta naturalidad, como si se tratara de hechos corrientes, y por ende, exenta de mayores explicaciones. Así, al creernos lo que nos cuenta Murakami, establecemos ese sólido contrato ficcional. Es en definitiva una novela de fácil lectura pero de compleja interpretación.

 

Cultura pop

Una de las características de las novelas de Murakami es la amplia referencia a la cultura pop, sus objetos y productos, en particular la norteamericana, algo que los japoneses le suelen criticar pero que ha hecho que sus novelas sean en cierto sentido universales.

A cada paso que dan los personajes estos se la pasan consumiendo productos con marcas occidentales, consumen ropa de marca, viajan en avión, las drogas son las de occidente.

La música que oyen los personajes de sus novelas suele ser el rock de la época o jazz, aunque en muchas oportunidades, y como elemento importante para la trama, se ha volcado también por la música clásica.

Asimismo se la pasan cocinando o comiendo productos japoneses. Es a veces tan detallada la comida en sus novelas que podrían editarse libros con las recetas de las comidas que se preparan o compran los personajes de Murakami.

 

“La conocí en el otoño de 1969. Entonces yo tenía veinte años y ella diecisiete. Cerca de la universidad había una pequeña cafetería donde solía citarme con mis amigos. No era nada del otro mundo, pero los asiduos sabíamos que allí escucharíamos rock duro mientras bebíamos un café indescriptiblemente malo”.

 

Murakami ama el rock y el jazz y no evita colar esa música en sus obras. Así tenemos novelas con un sound track más que interesante. En el caso concreto de esta novela vamos a toparnos con lo más popular del rock pop occidental de los '60 y los '70. Téngase presente que esta obra está ambientada en el Japón de fines de los años '70 del siglo pasado.

            Por citar tenemos a Johnny Rivers, que fue un cantante y músico de rock de los '60 y '70 en EEUU. Para algunos un genio que combinaba géneros antagónicos y para otros un tipo mediocre que se supo codear de  buenos músicos. Lo cierto es que vendió más de 30 millones de discos. Supo influir a las generaciones posteriores en diversos ámbitos de la cultura popular al mezclar blues, folk y country en algo que se dio en llamar el “White soul” y luego el “Go-Go Sound”.

 

“Mi amiga retiró las latas vacías de cerveza y los vasos, y puso agua en la tetera. Mientras el agua se calentaba, se fue a escuchar unas casetes a la habitación de al lado. Era una serie de temas cantados por Johnny Rivers: «Midnight Special», seguido de «Roll over Beethoven» y «Secret Agent Man». Cuando el agua hirvió, echó el café, mientras cantaba a una con la cinta «Johnny B. Goode». Entretanto, yo leía el diario de la tarde. Era una escena de lo más familiar. De no ser por el dichoso carnero, me habría sentido la mar de feliz.

Hasta que se escuchó el característico chasquido del final de la cinta, permanecimos callados bebiendo café y masticando unas galletas”.

 

También encontramos a Boz Scaggs, que fue un músico y cantante norteamericano que tuvo su brillo entre los '70 y '80. Supo fusionar el jazz-rock con elementos del soul. Fue un cantante que supo combinar su voz seductora, la composición y la excelencia en la ejecución de la guitarra eléctrica. Tuvo una visión amplia de la música pasando del rock más duro al sonido de Filadelfia.

 

“Yo bebía silenciosamente mi cerveza. Por los altavoces del techo se oía la última canción de los Boz Scaggs. La gramola había pasado a la historia. La clientela del bar estaba compuesta en su mayoría por parejas de universitarios, pulcramente vestidos, que bebían sorbo a sorbo sus cócteles o sus whiskys con soda, en un ambiente de notable corrección. No había clientes con aspecto de ir a desplomarse borrachos, ni reinaba ese agrio tumulto tan característico de los fines de semana. Seguramente, todos los presentes se irían a casa tan tranquilos, se pondrían el pijama, se limpiarían con cuidado los dientes y se irían a la cama. Nada que objetar, sin duda. La pulcritud es una virtud muy loable. En el mundo, al igual que en aquel bar, las cosas no son nunca como deberían ser”.

 

También aparece Bill Withers, que fue un músico y cantautor estadounidense famoso en las décadas del 70 y 80. Icono del soul, y el funk, nunca olvidó sus humildes orígenes y un temprano tartamudeo. Fue un caso raro, abandonó la música en forma profesional en 1985 estando en lo más alto de su carrera.

 

“Había oscurecido. Me atiborré los bolsillos del pantalón de monedas, tabaco y un encendedor, me puse las zapatillas de tenis y salí a la calle. Entré en la tasca del barrio, donde pedí un muslo de pollo y un panecillo. Mientras se hacía el pollo, oí el último disco de los Johnson Brothers y me bebí otra cerveza. Después de los Johnson Brothers la música cambió a un disco de Bill Withers, y mientras lo oía di cuenta del muslo de pollo. A continuación, y acompañado por los sones del Star Wars de Maynard Ferguson, me bebí un café. Me sentía como si no hubiera cenado”.

 

Por último me permito citar a Benny Goodman, que fue un gran clarinetista y director de orquesta de jazz estadounidense. Conocido como El rey del swing, es, junto con Glenn Miller y Count Basie, el representante más popular de este estilo jazzístico e iniciador de la llamada era del swing. Tenía una facilidad increíble para la improvisación pero su estrella se opacó luego de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.


“Del cuarto trastero saqué una vieja guitarra, que logré afinar no sin esfuerzo. Probé unos rasgueos, interpretando viejas melodías. Luego me puse a practicar a los sones de «Air Mail Special», de Benny Goodman; y en éstas, se hizo mediodía. Así que eché mano al pan de producción casera, duro ya como una piedra, y cortando una gruesa loncha de jamón, me hice un bocadillo, que me tomé con una lata de cerveza.

Tras media hora más de rasguear la guitarra, se presentó el hombre carnero”.

 

Para las mentes inquietas me he aventurado en la creación de una playlist con lo mejor de la música de La caza del carnero salvaje, una especie de sound track como si de un film se tratara:

https://open.spotify.com/playlist/6BaESlWINuKJevk3CIPz32?si=c6989e9cf5c64d71

 Artículo originalmente publicado en: https://www.ciencia-ficcion.com/limites/lm0720.htm



 

 

 

 

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