Puestos a pensar en personajes malvados de la ciencia ficción, o de las artes en general, no puedo dejar de observar que nuestro peor enemigo, nuestro némesis, es el que nos conoce a la perfección. Y quien mejor que uno mismo.
Sabido es que nosotros mismos podemos auto boicotearnos o
jugarnos malas pasadas con pensamientos negativos, sin embargo, cuando ese otro
yo que habita en nuestro cerebro se materializa, de distintas formas, en
nuestra vida, nos vamos a encontrar con que nuestro peor enemigo es nuestro
doble, ese otro yo proyectado en o hacia otra entidad, separada de la propia.
El tema ha sido ampliamente desarrollado por la literatura europea desde el siglo XVIII en donde se ha escrito sobre el doble o doppelgänger. En particular la obra de Dostoievsky (1821-1881), El doble, que relata las peripecias de un ignoto empleado público que sufre un descenso gradual hacia la locura merced a la fatídica aparición de su doble, quien le va poniendo zancadillas a su tranquila y ordinaria vida. Aunque sin embargo el máximo exponente de la literatura decimonónica es la visión de Robert L. Stevenson (1850-1894) en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
En la literatura latinoamericana el tema también fue
ampliamente tratado, en particular en los orígenes de la ciencia ficción, allá
en la primera mitad del siglo XX.
El gran Jorge Luis Borges (1899-1986) sentía aversión
por los espejos pues estos no solo pueden llevar a la disolución del yo,
relacionándolo con la idea del fetch escocés, un doble que regresa de la
muerte para llevarte, sino que también, como dijo en un cuento: “Los espejos y la cópula son abominables,
porque multiplican el número de los hombres”.
O en Borges y yo en donde un Borges teme
desaparecer frente a otro Borges. Y en El otro, donde el autor se
encuentra con un duplicado de él pero rejuvenecido.
Dice en El centinela:
“En mi casa había un mueble con tres
espejos. Yo tenía miedo a que alguno de esos reflejos se pusieran a vivir por
cuenta propia...Yo conocí de chico el horror de una multiplicación espectral de
la realidad...”
Bioy Casares (1914-1999) lo trata en La invención de Morel con un lunático Dr. Morel que se carga a sus amigos de una desolada isla merced a la idea trasnochada de duplicar sus imágenes por toda la eternidad.
Por otro lado el inclasificable uruguayo Felisberto
Hernandez (1902-1964), en El sinverguenza o Diario del
sinvergüenza (1957), obra que irónicamente adolece de varias versiones
o duplicados, una maldición que también arrastra la obra El doble
de Dostoiesvky, relata en forma de múltiples párrafos inconexos un
descenso a la locura dado que la sustancia de su yo ha volado por los aires
debiendo buscarla en ese “otro”. Dice en esa obra fragmentaria:
“...Cuando era niño vi a un enfermo al que le
mostraban su propia mano y
decía que era de otro. Hace poco tiempo descubrí que yo tenía esa enfermedad
desde hacía muchos años. Tal vez habría empezado en aquel tiempo, en una noche
en que después de apagada la luz veía andar sola la mano del hombre y metía las
mías entre la (sic) cobijas...”
Para
luego continuar:
“Una noche el autor
de este diario descubrió que su cuerpo, al cual llama “el sinvergüenza”, no es
de él; que su cabeza, a quien llama “ella”, lleva, además, una vida aparte:
casi siempre esta (sic) de pensamientos ajenos y suele entenderse con el
sinvergüenza y con cualquiera.”
Por otro lado Gastão Cruls (1888-1959), escritor brasilero de ascendencia belga, más conocido por su obra A Amazonia misteriosa, publica hacia 1938 un relato, Meu Sosia, donde explora el tema del doble desde el absurdo de ver aparecer en una biblioteca a su copia, una copia perfecta de él que se encuentra documentándose para escribir un libro similar al que el original está escribiendo.
Como en el caso anterior, el “original”, en un proceso diario
que lo lleva desde la sorpresa a la locura, verá claudicar sus fuerzas, en un
hospital, frente a este doble que lo acaba superando.
Ricardo Piglia lo dice a través de su alter ego (?) Emilio Renzi en su cuento Un pez en el
hielo: “Lo que tememos más secretamente siempre ocurre”.
Transcribo la parte del cuento pues no tiene desperdicio:
“...
Dos días después, en el tren que lo trajo a Turín, vio a otro amigo que salía del vagón comedor, era Mario. Emilio se levantó sonriendo y Mario pasó por el pasillo como si él fuera invisible. Empezó a creer que teníamos un doble en el otro continente, el mundo era un espejo, y todo estaba duplicado pero fuera de lugar. Una mujer igual a Inés
con el hombre de pelo blanco era demasiada coincidencia. Los dos dobles iguales
en el otro lado del mundo. No podía ser, desvariaba. Atacado por un impulso
mimético, veía todo repetido, construía réplicas. Hacía días que no hablaba con
nadie. Quizás era eso. O quizás tenía razón y pronto iba a encontrar a alguien
que era él mismo (pelo crespo, anteojos, cara de sonámbulo) y entonces… ya
sabía lo que le pasaba a los que encontraban a su doppelgänger.”
Tal vez, como lo manifiesta el psiquiatra Otto Rank,
en su ensayo de 1914, El
Doble, existe una relación entre el lado angustioso y
desconcertante de la aparición del doble en la literatura y las creencias de
las civilizaciones antiguas sobre la muerte y sobre la inmortalidad del alma,
sin dejar de observar las psiques de los que escribieron sobre esta temática.
Quizás, veladamente, todos estos autores rindan tributo a los arquetipos de Carl Jung, en particular a la “sombra”, ese ser oscuro que asecha desde lo más profundo de nuestro ser y que amenaza constantemente en convertirse en nuestro peor enemigo.
(Publicado originalmente el 12 de enero de 2025 en:
https://www.ciencia-ficcion.com/varios/firmas/f20250112k.htm)
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