La temprana ciencia ficción se
encuentra atravesada por tópicos que se repiten a lo largo y ancho de todo el
subcontinente. Uno de ellos es la figura del científico experimentador, el
científico-brujo o loco que se mueve a sus anchas entre las ciencias formales
de la época y las ocultas.
i. Introducción. Conceptualizando
al “mad doctor”.
Uno de los temas recurrentes en este
cambio de siglo, hablo del s. XIX al s. XX, es la figura del científico loco,
el científico experimentador, el
científico-brujo o loco, quizás un tanto extraño, el “mad doctor”,
que juega con –entre- las ciencias ocultas como con las ciencias formales de la
época. Forma parte del arquetipo literario de la época en la que este
científico posee un conocimiento que no está en sintonía con el estado del arte
para el momento en que se desarrolla la historia.
En la antigüedad la mirada estaba
puesta en los chamanes o curanderos que, merced a sus conocimientos ocultos,
tenían un poder capaz de crear demonios, bestias u otros seres y se
caracterizaban por su comportamiento un tanto excéntrico para el canon de la
época.
En la edad media asistimos al
surgimiento del alquimista, una nueva disciplina científica, cuya principal
capacidad era manipular la naturaleza para crear elementos como el oro. Acá
también uno de los principales objetivos fue la creación de la vida.
Con la llegada del positivismo a las
ciencias en el s. XIX y consecuentemente el advenimiento del método científico,
su validación a través de pares y la epistemología, el campo de acción de los
científicos-locos, los científicos-brujos se centró en la ciencia formal que
vendría a ser la que desvelaría los secretos de la naturaleza, pero sin dejar
de mirar hacia un costado, hacia las pseudo-ciencias, en una época en la que la
delimitación entre ambas comenzaba a ser manifiesta pero que todavía tenía y
gozaba de límites que eran un tanto difusos.
Entonces surge el científico que
tras los tubos de probeta, su delantal blanco, gruesas gafas y cabellos
desordenados descubre algo que rompe con el estado de la ciencia al momento de
desarrollarse la historia.
La mejor forma de descubrir a este
científico es a través de un identikit muy característico: gruesas gafas, falto
de relaciones sociales, en particular no sabe relacionarse con el sexo opuesto,
se cree por encima de los colegas que no lo comprenden, desmemoriado, distraído
e introvertido, en definitiva, exageraciones de las características propias de
cualquier científico. Asimismo suele gozar de la compañía de un asistente que
lo acompaña en sus alocados proyectos sin oponer resistencias y que es poco
favorecido por la naturaleza.
ii. Como temática de la
literatura.
En definitiva, la temprana ciencia
ficción no hizo más que tomar lo que tenía a mano y con todo este trasfondo
histórico tenemos el caldo de cultivo para una incipiente literatura
fantástica, una ciencia ficción tímida, que comienza a meter en sus historias
la figura del científico que experimenta, que juega a caballo de
las dos ciencias, la materialista, oficial, seria, que se enseña en las
universidades y las ciencias ocultas o pseudo-científicas, la que se
adquiere por medios non santos, ocultos y que conectan con otras dimensiones,
tiempos o realidades.
En ese entrecruzarse de ciencias
veremos el uso, como herramienta para la construcción y sostén de los relatos,
teorías de químicos, físicos, naturistas o fisiólogos como también psíquicos y
ocultistas, astrólogos, telépatas, etc.
La creación de vida.
Uno de los temas principales dentro de este tópico es el científico que
crea vida. Dice Holmberg en “Horacio Kalibang o los autómatas”, uno de
sus cuentos:
“¿Qué es el cerebro,
sino una máquina, cuyos exquisitos resortes se mueven en virtud de impulsos mil
y mil veces transformados? ¿Qué es el alma, sino el conjunto de esas funciones
mecánicas?
Dentro de la literatura fantástica encontramos algunos autores como
Holmberg, Juana Gorritti, José
Ingenieros, Justo López de Gomara, Carlos Monsalve y Horacio Quiroga, entre
otros, que amalgaman ambos mundos en la figura del científico-brujo o el
sabio-transgresor esotérico que busca transgredir los límites de la vida y la
muerte.
En ella el científico busca
trascender los misterios de la vida y de la muerte para crear vida, ya sea
humana o mecánica, mostrando lo monstruoso de la experimentación con la vida
humana, aunque, por ejemplo, en Holmberg se busca poner de manifiesto la
simulación como crítica social y la automatización de la vida cotidiana.
La creación de vida, en particular
la de autómatas y humanos artificiales, también fue una moda en este último
cuarto de siglo, no siendo Horacio Kalibang el único autómata que dio la
literatura. También tenemos, por citar,
las obras de Ricardo Rojas: “La psiquina”
(1917), “Thanatopia”, de Rubén Darío (1893), “El Dr. Whuntz”, de Luis
Varela (1880), “Dos cuerpos para un alma” de Eduarda Mansilla (1883), “La
vida cerebral” de Justo López de Gomara (1886) o “El hombre artificial” de
Quiroga, de 1910.
En estas obras los científicos
transgreden los límites de la física para erigirse en creadores de vida, como
en Frankenstein. En todos estos relatos se nota el esfuerzo por poner de
manifiesto lo macabro de la experimentación propiamente dicha en busca de esa
“esencia” que nos da vida.
En “Thanatopia”, de Rubén
Darío, escrito hacia 1893, pero publicado póstumamente hacia 1925, el miedo a
la muerte, la impotencia que se siente hacia ella o no saber qué hay después de
ella es la temática para un cuento de vampiros en el que el personaje principal
descubre que su padre es un nigromante que despierta a los muertos de su tumba
y su madrastra un vampiro.
(Rubén Darío)
En “La psiquina”, de Ricardo
Rojas, escrito en 1917, encontramos a un médico que busca la inmortalidad. El
método es un tanto siniestro ya que se adelanta medio siglo al descubrir la
“psiquina”, una droga química que altera la experiencia sensorial y que provoca
la separación del cuerpo y del espíritu de quien la consume, logrando despertar
brevemente a una persona que ha fallecido.
En “El homunculus”, del ítalo-argentino
Pedro Angelici, de 1918, encontramos a un médico que, en búsqueda de la
creación de la vida utilizando la radioactividad, halla una siniestra
conclusión.
En “El doctor Whüntz” de Raúl
Waleis (seudónimo de Luis V. Varela), de 1880, nos topamos con un científico
que, recluido en su gabinete y teniendo como único compañero al verdugo del
pueblo que lo nutre de material, pasa su tiempo entre cadáveres y sus cerebros
en busca de la huella del alma en el cuerpo humano.
En “Mandinga”, de 1895, del autor Enrique E. Rivarola encontramos una
extraña nouvelle donde el personaje principal es un científico, el Dr.
Calderón, que se enamora de una muchacha que recibe en su residencia. Al tiempo
y dudando de la fidelidad de su amada decide organizar una sesión espiritista,
nada más oportuno. Lo cierto es que al cabo de un tiempo llega a la conclusión
que su amada está poseída y que ha perdido el alma. Ciencia y religión terminan
entrecruzándose.
En “La vida cerebral”, de
Justo López de Gomara (español que residió casi toda su vida en Argentina) y
escrita en 1886. Justo López de Gomara formé parte de un grupo de telépatas
porteños que se presentaban en hoteles y teatros haciendo demostraciones de sus
poderes. Sin dudas un personaje extraño.
En este relato, que data de 1886,
nos presenta al Dr. Charcot, un
científico que es considerado como un brujo en la localidad en que
reside. Este Dr. consigue hacerse con el cuerpo, mejor dicho, con la cabeza de
un delincuente asesino que ha sido ejecutado. A
través de sus experimentos con la cabeza y una ingeniosa manera de hacer
circular la sangre permite que esta cabeza decapitada siga viva. Los que
llegaron hasta acá dirán: ¿Esto no lo leí en Lovecraft? ¿“Re-Animator” no es un
film con esta temática?
En “El hombre artificial” de Horacio Quiroga, de 1910, en la que el
hombre es una pila que almacena energía y esa energía la general el dolor.
Dolor que experimentamos a lo largo de la vida. Argumento similar se encuentra
en “Viola Scheronthia” de Leopoldo Lugones de 1898, sobre quien me explayaré
más adelante.
Un viaje en el tiempo psíquico.
En este caso tenemos a un científico y su ayudante que tienen una
experiencia temporal. Es la obra de Carlos Monsalve, de 1898, titulada: “De un
mundo a otro”.
En este relato Monsalve fantasea con
la idea de un contacto extraterrestre a través de un mensaje cifrado en
sánscrito. El personaje principal, un científico algo loco, llamado Dr. Pánax,
encuentra durante sus investigaciones en la India un objeto misterioso que
guarda dentro de una urna. Junto con su ayudante, quien en primera persona
relata lo acontecido, realizan un “banquete antediluviano” en donde comen carne
prehistórica y vino de miles de años, todo enmarcado en un viaje en el tiempo
un tanto metafísico.
El descubrimiento de otros mundos.
Augusto Emilio Zaluar, portugués nacionalizado
brasileño, publica en 1875 una novela, quizás la primera obra de ciencia
ficción del Brasil, titulada: “O Doutor Benignus”.
Esta novela va en sintonía con la temática ya que
trabaja la idea o hipótesis científica de que coexisten otros mundos habitados.
Zaluar narra las peripecias, inspirado en Julio Verne, del Dr. Benignus, un
médico y científico amateur, y una comitiva, también de científicos, que
recorre los montes de Minas Gerais y de Goiás en busca de indicios de
extraterrestres. Asimismo observan y describen el cielo y los planetas. Al
observar Marte, a través de su telescopio, Benignus identifica selvas y llega a
la conclusión de que el planeta estaría habitado. Luego reconoce las manchas de
la superficie del Sol y dice que su núcleo también podría estar habitado, pues
no tendría la misma consistencia que su superficie.
Darwinismo y racismo.
Dentro de la temática racista el
darwinismo y las teorías raciales dieron bastante tema para tratar. A
principios del s. XX aparecieron obras en las que el mono, entre otros
animales, pariente ancestral del ser humano, es objeto de estudio y tortura por
parte de pseudocientíficos que creen hallar un rasgo humano en unos pobres
monos que sufrirán lo indecible.
Esto se debe a que el discurso
científico de la época, europeizante, positivista, biologicista, vino a
desarrollar las ciencias biológicas y sociales con un proceso de
de-subjetivación de la vida (humana y no humana) y su transformación en un
objeto biológico. Me refiero a humanos y no humanos porque tanto monos como
indígenas gozaban casi del mismo status biológico en base a índices cefálicos y
otras comparaciones psicológicas y antropométricas, y en donde el indígena es
una transición evolutiva entre el hombre y el mono.
Así algunos autores, en especial
argentinos, supieron retratar este pensamiento con obras de distinto valor. A
saber:
En “Yzur”, de 1906. La temática: El mono como sub-humano. Leopoldo
Lugones relata cómo una persona compra un mono y arrogándose saberes cuasi
científicos intenta enseñarle a hablar, obviamente con gran sufrimiento para la
bestia, en la idea de que entiende el castellano pero no habla para que no lo
hagan trabajar, otra de las características de los aborígenes, la haraganería.
Este pseudo-científico lo somete a
terribles vejaciones hasta que el mono muere diciendo en forma muy tosca: “AMO
AGUA”. En “Historia del Estilcón”, de 1904. Horacio Quiroga nos
trae un relato embarcado en la temática de la naturaleza melancólica, y por
ende inutilidad, del aborigen.
Un aficionado a la zoología, otra
vez un científico amateur, compra un mono que en cautiverio se muestra
melancólico y por ello lo compara con su sirviente, humano, que cuanto menos
cumple las órdenes que le imparte, dándole valor a esta característica en
función de la lógica productiva. Finalmente el mono torna en un ser violento y
posteriormente muere en cautiverio.
Unos años después el mismo autor
publica “El mono ahorcado”,
más precisamente en 1907. Allí Quiroga relata la vida del hijo de Estilcón,
quien hereda las características del padre: melancólico y degenerado sexual. En
definitiva, otro pervertido con título de científico amateur que hace sufrir a
una bestia.
Finalmente el mismo autor publica
hacia 1909 “El mono que asesinó”
en donde el mono termina asesinando a su amo profesor.
Otro autor, Manuel María Oliver,
en 1907 publica “La teoría de Darwin”
en donde un filósofo merced a sus conocimientos en frenología comienza a
estudiar un mono, o lo que cree que es un ser que se encuentra en la transición
entre un humano y un simio.
Eduardo Holmberg en “Dos partidos en lucha”, una de sus
novelas, relata una disputa científica en donde critica abiertamente las
aberraciones de los experimentos científicos con indígenas.
Algunas Conclusiones.
La literatura, como cualquier rama
de las artes, toma de la realidad circundante los elementos de los que se habrá
de nutrir para la creación de las obras. En este caso el cambio de siglo trajo
consigo el amasijo de ciencias formales y ocultas operadas por un actor que en
tiempos venideros se consolidaría como un personaje de manual para la ciencia
ficción.
Como toda clasificación o descripción,
esta es una muestra de lo que acontecía por aquella época en esta temática,
pueden faltar, y de seguro será así, textos que no han entrado y pueden ser más
importantes, sin embargo es sólo una aproximación a la temática.
Bibliografía.
Para un mejor conocimiento sobre la
relación entre las ciencias formales y no formales: “Saberes desbordados
Historias de diálogos entre conocimientos científicos y sentido común
(Argentina, siglos XIX y XX)”, en:
https://publicaciones.ides.org.ar/sites/default/files/docs/2020/librosdelides-2018-caravaca-et-al_0.pdf.
La imaginación
científica: Ciencias ocultas y literatura fantástica en el Buenos Aires de
entre-siglos (1875-1910). Quereilhac,
Soledad, en:
http://repositorio.filo.uba.ar/handle/filodigital/1604.
Sobre el darwinismo y el racismo: “La
periferia de lo humano: vínculos entre la producción científica del indígena y
las representaciones literarias de monos antropoides, criminales, parlanchines
y melancólicos”, de Nieva,
Michel Emiliano. En: https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/123187.
Texto originalmente publicado el 5 de agosto de 2002 en:
https://www.ciencia-ficcion.com/opinion/op02962.htm