03 agosto 2025

Más malo que mi otro yo. Felipe Bochatay.

 


Puestos a pensar en personajes malvados de la ciencia ficción, o de las artes en general, no puedo dejar de observar que nuestro peor enemigo, nuestro némesis, es el que nos conoce a la perfección. Y quien mejor que uno mismo.

Sabido es que nosotros mismos podemos auto boicotearnos o jugarnos malas pasadas con pensamientos negativos, sin embargo, cuando ese otro yo que habita en nuestro cerebro se materializa, de distintas formas, en nuestra vida, nos vamos a encontrar con que nuestro peor enemigo es nuestro doble, ese otro yo proyectado en o hacia otra entidad, separada de la propia.

El tema ha sido ampliamente desarrollado por la literatura europea desde el siglo XVIII en donde se ha escrito sobre el doble o doppelgänger. En particular la obra de Dostoievsky (1821-1881), El doble, que relata las peripecias de un ignoto empleado público que sufre un descenso gradual hacia la locura merced a la fatídica aparición de su doble, quien le va poniendo zancadillas a su tranquila y ordinaria vida. Aunque sin embargo el máximo exponente de la literatura decimonónica es la visión de Robert L. Stevenson (1850-1894) en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

En la literatura latinoamericana el tema también fue ampliamente tratado, en particular en los orígenes de la ciencia ficción, allá en la primera mitad del siglo XX.

El gran Jorge Luis Borges (1899-1986) sentía aversión por los espejos pues estos no solo pueden llevar a la disolución del yo, relacionándolo con la idea del fetch escocés, un doble que regresa de la muerte para llevarte, sino que también, como dijo en un cuento: “Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”. 

O en Borges y yo en donde un Borges teme desaparecer frente a otro Borges. Y en El otro, donde el autor se encuentra con un duplicado de él pero rejuvenecido.

Dice en El centinela:

 Me acecha en los espejos , en la caoba, en los cristales de las tiendas. Una u otra mujer lo ha rechazado y debo compartir su congoja”.

 En Borges el miedo a los espejos trasciende lo físico para adentrarse en lo metafísico, lo existencial y lo filosófico, actuando estos como portales que nos introducen en la psique, en la “sombra” arquetípica, cuestionando en definitiva nuestro propio ser, tema que no es el que nos convoca. Dijo en una entrevista:

 

“En mi casa había un mueble con tres espejos. Yo tenía miedo a que alguno de esos reflejos se pusieran a vivir por cuenta propia...Yo conocí de chico el horror de una multiplicación espectral de la realidad...”

 En Julio Cortazar (1914-1984) el tema del doble se proyecta a través de los sueños, como en Lejana, relato que nos muestra la transmutación de los cuerpos o mejor, de las mentes, de dos mujeres, una adinerada y otra extremadamente pobre. La mujer adinerada será atraída hasta la mendiga para transmutar su mente ocupando una el cuerpo de la otra.

Bioy Casares (1914-1999) lo trata en La invención de Morel con un lunático Dr. Morel que se carga a sus amigos de una desolada isla merced a la idea trasnochada de duplicar sus imágenes por toda la eternidad.

Por otro lado el inclasificable uruguayo Felisberto Hernandez (1902-1964), en El sinverguenza o Diario del sinvergüenza (1957), obra que irónicamente adolece de varias versiones o duplicados, una maldición que también arrastra la obra El doble de Dostoiesvky, relata en forma de múltiples párrafos inconexos un descenso a la locura dado que la sustancia de su yo ha volado por los aires debiendo buscarla en ese “otro”. Dice en esa obra fragmentaria:

 

“...Cuando era niño vi a un enfermo al que le mostraban su propia mano y decía que era de otro. Hace poco tiempo descubrí que yo tenía esa enfermedad desde hacía muchos años. Tal vez habría empezado en aquel tiempo, en una noche en que después de apagada la luz veía andar sola la mano del hombre y metía las mías entre la (sic) cobijas...”

 

Para luego continuar:

 

“Una noche el autor de este diario descubrió que su cuerpo, al cual llama “el sinvergüenza”, no es de él; que su cabeza, a quien llama “ella”, lleva, además, una vida aparte: casi siempre esta (sic) de pensamientos ajenos y suele entenderse con el sinvergüenza y con cualquiera.”

 Julio Garmendia (1898-1977), desde su relato El difunto y yo, introduce en la realidad, por lo menos en la del protagonista del relato, a su alter ego, quien destruye en pocos días la vida que llevaba y con ello su cordura pues su unidad se rompe y con ello, al mejor estilo de Kafka, se produce el quiebre de un orden, destruyendo a ese ser desdoblado por su alter ego para ocupar su lugar, inclusive frente a su esposa. 

Por otro lado Gastão Cruls (1888-1959), escritor brasilero de ascendencia belga, más conocido por su obra A Amazonia misteriosa, publica hacia 1938 un relato, Meu Sosia, donde explora el tema del doble desde el absurdo de ver aparecer en una biblioteca a su copia, una copia perfecta de él que se encuentra documentándose para escribir un libro similar al que el original está escribiendo.

Como en el caso anterior, el “original”, en un proceso diario que lo lleva desde la sorpresa a la locura, verá claudicar sus fuerzas, en un hospital, frente a este doble que lo acaba superando.

Ricardo Piglia lo dice a través de su alter ego (?)  Emilio Renzi en su cuento Un pez en el hielo: “Lo que tememos más secretamente siempre ocurre”.

Transcribo la parte del cuento pues no tiene desperdicio:

 

“...

Dos días después, en el tren que lo trajo a Turín, vio a otro amigo que salía del vagón comedor, era Mario. Emilio se levantó sonriendo y Mario pasó por el pasillo como si él fuera invisible. Empezó a creer que teníamos un doble en el otro continente, el mundo era un espejo, y todo estaba duplicado pero fuera de lugar.

Una mujer igual a Inés con el hombre de pelo blanco era demasiada coincidencia. Los dos dobles iguales en el otro lado del mundo. No podía ser, desvariaba. Atacado por un impulso mimético, veía todo repetido, construía réplicas. Hacía días que no hablaba con nadie. Quizás era eso. O quizás tenía razón y pronto iba a encontrar a alguien que era él mismo (pelo crespo, anteojos, cara de sonámbulo) y entonces… ya sabía lo que le pasaba a los que encontraban a su doppelgänger.”

 

Tal vez, como lo manifiesta el psiquiatra Otto Rank, en su ensayo de 1914, El Doble, existe una relación entre el lado angustioso y desconcertante de la aparición del doble en la literatura y las creencias de las civilizaciones antiguas sobre la muerte y sobre la inmortalidad del alma, sin dejar de observar las psiques de los que escribieron sobre esta temática.

Quizás, veladamente, todos estos autores rindan tributo a los arquetipos de Carl Jung, en particular a la “sombra”, ese ser oscuro que asecha desde lo más profundo de nuestro ser y que amenaza constantemente en convertirse en nuestro peor enemigo.

(Publicado originalmente el 12 de enero de 2025 en: 

https://www.ciencia-ficcion.com/varios/firmas/f20250112k.htm)







02 agosto 2025

La afirmación. Identidad, memoria y realidad fragmentada. Felipe Bochatay.


“La vida es una sucesión de accidentes y desengaños, mal recordados y peor comprendidos, con enseñanzas sólo vagamente aprendidas.”

 


            ¿Hasta dónde tenemos la certeza que todo lo que percibimos es real? Luego de leer La afirmación, novela de Christopher Priest (Mánchester, 14 de julio de 1943 - 2 de febrero de 2024), lo que queda es ese amargo sabor en la boca por no saber bien por dónde se está pisando.

            Christoper Priest, recientemente fallecido fue un escritor inglés de una amplia y vasta obra literaria y cinematográfica, por ejemplo ha participado como guionista en la serie Dr. Who y en el film eXistenZ, de 1999.


La afirmación, publicada en inglés en 1981, es una novela de casi 300 páginas en donde relata la historia de Peter Sinclair, protagonista y casi único personaje. De hecho la novela transcurre casi por completo en la mente de este atribulado muchacho que ha sufrido la muerte de su padre, la pérdida de su conflictiva y explosiva novia, el paro laboral repentino y una  relación compleja con su hermana. Agobiado por el cúmulo de situaciones se refugia en una casa de campo que casualmente le ofrece  un amigo de su padre a cambio de realizar algunas reformas y mejoras en la casa.

 

“Aspiraba, inicialmente, al recuerdo total… Al final comprendí que lo que tenía que hacer era escribirlo todo…”

 

            Decidido a comenzar una nueva vida esta da un giro dramático cuando comienza a definir los acontecimientos que lo llevaron a esa situación. Así comienza a escribir y reescribir una biografía de la que no queda conforme. La realidad no es tan real, o no lo convence demasiado, por lo que con determinación comienza a idear una nueva vida basada en su vida. Esta pretensión de hiperrealismo lo va a llevar a confundir, y confundirnos, con dos realidades que literariamente comienzan a superponerse en el texto al punto de entrelazarse como si fueran dos cuerdas que colgando se enredan y rozan entre sí tendiendo puentes entre las dos realidades.

De esta forma arriba a un mundo imaginado en donde gana una lotería, la lotería de Collago, una de las islas que conforman el archipiélago del sueño, cuyo premio es la inmortalidad. 

Cabe mencionar que estas islas, las islas que conforman un Archipiélago que languidece en aguas ecuatoriales, terminan conformando una gran y podríamos decir infinita zona neutral en un mundo bipolar en guerra. No cabe duda que estas islas son una metáfora de lo infinito de la mente humana, un territorio surcado de interminables islas, cada una con su idiosincrasia, y que los barcos se empeñan en desandar moviendo mercaderías en lo que sería un territorio franco entre dos naciones en una guerra antiquísima.

No se puede soslayar que este archipiélago de los sueños es un territorio cuanto menos recurrente en la obra de Priest, pues este territorio fantástico y misterioso presente en esta obra también se encuentra en The Islanders (2011) o en El Archipiélago de los Sueños y en tres de los cinco relatos de la colección Un verano infinito (Rameras, La negación y El observado).

Los sueños ilimitados, como las islas, contienen a los personajes o por lo menos a Seri, amante de Peter, que lo jalona para quedar en esa realidad. Ese será también otro de los interrogantes de la novela.

 

“Las dos versiones eran verdaderas, pero en diferentes latitudes de verdad…”

 

            Por otro lado tenemos el concepto de la atanasia, esa pseudo inmortalidad a la que se accede con la mencionada lotería. En verdad es una cuasi inmortalidad con algunas restricciones pero inmortalidad al fin. El pero es que la “operación” que le van a efectuar, la atanasia, implica que pierda la memoria y para poder recuperarla debe cumplir con un largo interrogatorio para resguardar su memoria, pese a ello Peter se opone y ofrece su manuscrito como biografía para recuperar sus recuerdos. El problema es que en esa otra realidad las experiencias que relata de esta realidad son incongruentes y cuanto menos un rompecabezas para los médicos que intentarán restaurarlo.

            ¿Qué son Los Beatles?

            Así Jethra será Londres, su novia Gracia será Seri, como el resto de los pocos personajes que le rodean. Y lo más importante, Gracia y Seri (una alter ego de la otra, inclusive físicamente) se verán envueltas en una batalla por el muchacho, mientras en un viaje de ida y otro de vuelta por las islas que conforman el archipiélago del sueño, en todo caso infinitas, se terminará de configurar la enajenación o atanasia de Peter.

            De inmediato podemos leer en una dinámica perfecta en la que se alternan capítulos de una y otra realidad, un debate ético sobre el merecer o necesitar, dado que la lotería no discrimina entre gente que lo necesite o que haya hecho más méritos que otros para merecerlo.

            Por otro lado Peter, en su frenético escribir, deja todo lo que está haciendo para abocarse a ello, empieza a percibir que se ha desdoblado en dos personas, a las que califica de “yo mismo” y “el protagonista de la historia”. Inventa “Jethra” una ciudad que simboliza una amalgama de Londres.  Y pese a que entiende que todo lo que escribe es una invención, sin embargo “…todo cuanto contenía, cada palabra, cada frase, era tan verdadero en el más alto sentido de la palabra como puede serlo la verdad.

            Finalmente la historia converge en un final en el que Peter debe optar entre una u otra novia, posiblemente una ya fallecida, entre Jethra o Londres, en definitiva entre una realidad u otra. Entre un manojo de hojas mecanografiadas y otro en blanco que nos hace pensar si Peter en verdad no ha enloquecido, pues una de las conclusiones al final del libro, muy borgeana, es que cree que Seri lo ha creado a él en Collago, pero que antes de eso, él, en su cuarto blanco, ya la había creado a ella.

 

“Había un yo que escribía. Había un yo a quien yo podía recordar. Y había un yo acerca del cual yo escribía, el protagonista de la historia. La diferencia entre la verdad real y la verdad imaginativa estaba siempre presente en mí. La memoria, sin embargo, era fundamental, y día a día yo tenía nuevas pruebas de su falibilidad. Aprendí, por ejemplo, que los recuerdos no tenían la coherencia de un relato.”

 

            Novela que no es estrictamente de ciencia ficción, fue nominada en 1982 al premio BSFA, la Asociación Británica de Ciencia Ficción. Ese año el galardón se lo llevó Brian W. Aldiss con Heliconia: Primavera. Sin embargo en cuatro oportunidades ha podido alzar el mencionado premio.

            En resumen una obra que cuestiona abiertamente los vericuetos de la memoria, los límites con la locura y los trastornos de la identidad personal en un experimento imaginativo de perfecta factura donde la realidad es algo tan frágil que lo subjetivo puede resultar engañoso o un artilugio de la mente que interpela a la identidad y la memoria del personaje en un universo en que ficción y realidad se han desdibujado con maestría por Priest.

22 junio 2025

Identidad escindida y el duelo de los nombres heredados en Ernesto Sábato. Felipe Bochatay.

 


 


“Me llamo Ernesto, porque cuando nací, el 24 de junio de 1911, día del nacimiento de san Juan Bautista, acababa de morir el otro Ernesto, al que, aun en su vejez, mi madre siguió llamando Ernestito, porque murió siendo una criatura. «Aquel niño no era para este mundo», decía.” (Antes del fin. Ernesto Sábato.)

 

Cuando llegué a Sábato, en mi temprana adolescencia, quedé atrapado apenas abrí la novela Sobre héroes y tumbas y leí la noticia de la muerte de Alejandra. El hecho de que fuera lectura obligatoria en mi escuela no despertó en mí ni intenciones de rebeldía ni, en el extremo opuesto, la sumisión del alumno dócil. Quedé prendado de la oscuridad de esos personajes que no eran ni malos ni buenos sino sufrientes. Luego comprendí que existía algo que se llama existencialismo, sin embargo poco me interesaba el concepto, sólo deseaba zambullirme en el Parque Lezama para encontrarme con Martín y Alejandra.

De esa forma tuve mi primer acercamiento con la historia, luego, como casi siempre ocurre, con el escritor. Sábato era una persona muy particular; de ser la joven promesa de la física argentina, un candidato al Nobel, a un escritor atribulado por las pasiones existencialistas. Había un largo trecho.

¿Cuáles eran esos demonios que lo atormentaban? ¿Por qué sus personajes estaban teñidos de esas preguntas sin respuestas?

Que las historias estas llenas de paradojas, curiosidades y otras historias dentro de historias, olvidadas o tan ocultas que son difíciles de hallar, no es ninguna novedad. Este artículo intenta explorar los casos de escritores y artistas, en particular la historia de Ernesto Sábato, que nacieron después de la muerte de un hermano, heredando su nombre o que sobrevivieron a un gemelo con terribles consecuencias para su psique.

 

Historias dentro de historias

Esto es así pues enseguida que se piense en ello vamos a interrogarnos sobre la configuración de una identidad que se va a hallar escindida o cuanto menos menguada o atravesada por el peso simbólico del nombre heredado o de un fantasma que se adosa al hermano que lo sobrevive.

Ernesto Sábato (Rojas, Buenos Aires, 24 de junio de 1911– Santo Lugares, Buenos Aires, 30 de abril de 2011), supo convivir con fantasmas gran parte de su vida. Ellos le dieron, en El túnel (1948), al pintor loco y asesino por celos de Juan Pablo Castel; también al padre incestuoso y paranoico de Fernando Vidal Olmos, en Sobre héroes y tumbas (1961), que tan bien describió ese mundo crepuscular; y a su doble sin acento, Ernesto Sabato, en Abaddón el exterminador (1974).

  Es que Sábato fue un gran escritor argentino del que pocos saben tuvo una especie de doble espectral, a la par que sobreviviente de una familia con once hermanos. De qué va esto.

  En su autobiografía Antes del fin (1998) revela que su verdadero nombre debía ser Ernesto Pedro, en homenaje a un hermano anterior. El anterior Ernesto había fallecido a los pocos meses de vida, un tiempo antes de que nazca el otro Ernesto, Ernesto Roque Sábato. Así el famoso e inconsolable escritor fue bautizado con el mismo nombre.

 

“Aquel nombre, aquella tumba, siempre tuvieron para mí algo de nocturno, y tal vez haya sido la causa de mi existencia tan dificultosa, al haber sido marcado por esa tragedia, ya que entonces estaba en el vientre de mi madre…” (Antes del fin. Ernesto Sábato.)

 

  Como si ello no fuera poco, en alguna oportunidad supo manifestar que inclusive estaba en tela de juicio la verdadera fecha de su nacimiento. El dato oficial dice que nació un 24 de junio de 1911, sin embargo bien pudo haber nacido un día antes, el 23 de junio, dado que según relata el mismo Sábato, nunca supo con exactitud la fecha de su nacimiento. Sobre el tema interrogó en reiteradas oportunidades a su madre quien, aparentemente, fingía no recordar en forma precisa la fecha de nacimiento del escritor. Así lo relata en Abaddón el exterminador:

 

“Nunca supe después con exactitud si mi nacimiento se había producido el 23 o el 24 de junio. Pero cuando un día en que yo la acosaba, me confesó que era el atardecer y que se estaban encendiendo las fogatas de San Juan.

—Pero entonces no hay duda: fue el 24, el día de San Juan —le decía.

Mamá meneaba la cabeza:

—En algunas partes también se encienden fogatas en la víspera.”

 

  Van Gogh y la tumba con su nombre.

  Sin embargo no debe sorprendernos este tipo de acontecimientos, que eran hechos muy comunes en la época, de hecho otro caso conocido es el de Van Gogh.

El 30 de marzo de 1852, en Zundert, Países Bajos, tenía lugar el nacimiento de Vincent Willem, en el seno de la familia Van Gogh. Quizás sea un dato engañoso, lo que todo el mundo sabe, bueno, los que están en el arte, es que el 30 de marzo de 1853 nace el más conocido de los Vincent Willem.

¿Dos Vincent Van Gogh? Así es. Del primero poco se sabe, tal vez que vivió unos días o un poco más. No hay registros fidedignos. Hoy es solo una sombra en el devenir de la historia. Y no importa mucho en verdad, aunque se trate de la muerte de un niño, en esa época la mortalidad infantil era cuanto menos estrafalaria comparada con la actualidad. Por otro lado, fue su hermano homónimo quien sería más tarde el famoso y atribulado pintor.

El pobre hermano, muerto prematuramente al parecer, fue enterrado en las cercanías de donde vivía la familia, más precisamente en las inmediaciones de la iglesia donde era pastor protestante el padre, por lo que no es de extrañar que, siendo tan solo un niño, Vincent Willem visitase una tumba donde estaba grabado su nombre y apellido. Algo que hiela la sangre saberse el sustituto del hijo idealizado pero que ahora es un fantasma al cual se visita en una tumba que lleva el nombre de quien la observa.

Así que vaya problema para los consteladores o estudiosos de las cartas astrales. Dos hermanos, nacidos el mismo día, con el mismo nombre, pero separados por un año y la incertidumbre de no saber qué podría haber sido el primer Vincent. Sin embargo esta no es la primera, ni será la última, de las curiosidades entre hermanos, después de todo, desde los tiempos bíblicos de Caín y Abel los hermanos vienen dando que hablar.

Desde una perspectiva freudiana, podría afirmarse que Vincent, como Sábato, vivió bajo el peso de un duelo no elaborado, y que parte de su pulsión artística puede entenderse como un intento desesperado por constituirse como “el verdadero Vincent”, frente a la sombra del primero. Y Sábato bien pudo haber sido otro.

Van Gogh vivió toda su vida perseguido por un sentimiento de inadecuación, de ser incomprendido, como si viviera una vida prestada o ajena. Su arte puede entenderse como una forma de redención del doble ausente, una manera de otorgar existencia al que no pudo vivir.

Desde una lectura metafísica, este caso plantea una pregunta inquietante: ¿fue Vincent el segundo, o el primero? ¿Era él mismo, o la reencarnación del hermano muerto? Su vida parece querer responder esa pregunta por medio del sufrimiento y la pintura, como si cada trazo fuera un intento de afirmar: “Estoy aquí, aunque no debería”.

Pero regresemos a Ernesto Sábato. Llevar el nombre de su hermano muerto, ¿no es vivir bajo una identidad ya usada?, ¿una segunda versión de otro ser? Carl Jung cuando juega con los arquetipos lleva la cosa un poco más allá. ¿Ese hermano muerto, Ernesto o Ernestito, no sería una sombra, una presencia que no deja de manifestarse a través de la creación literaria de Sábato?

 

“Siempre me fastidió aquella incerteza, incerteza que me había impedido tener un horóscopo preciso. Y más de una vez volvía a interrogarla, porque tenía la sospecha de que me ocultaba algo. Cómo era posible que una madre no recuerde el día del nacimiento de su hijo?” (Abaddón el Exterminador. Ernesto Sábato).

 

El cuerpo simbólico del hermano muerto actúa como un doble espectral que interpela al sujeto desde su origen. Para Otto Rank, en El doble. Un estudio psicoanalítico, de 1925, este tipo de duplicación produce una angustia ontológica ligada al “doble narcisista” y que el pasado de una persona se aferra a ésta, y se convierte en su destino. Algo que Dostoievski en El doble, de 1846, lleva al extremo. Tan al extremo que dicha novela tiene una “doble” reescrita veinte años después.

Sin lugar a dudas es lo que debe haber padecido Van Gogh durante gran parte de su vida. Ni hablar de los problemas psicológicos relacionados con la suplantación simbólica de una vida por la otra.

Yo estoy vivo.

Un experto en esas lides fue Philip K. Dick, quien sufrió a un gemelo ausente y usó la literatura como revelación.

Así lo podemos leer en la interesantísima biografía de Philip K. Dick, de Emmanuel Carrère, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos: Un viaje en la mente de Philip K. Dick. En ella relata un hecho macabro, se describe de forma muy descarnada los primeros años, bueno toda la vida, pero acá importa esta etapa de donde obtenemos este dato: Dorothy Kindred Dick, dio a luz el 16 de diciembre de 1928, en Chicago, a una pareja de mellizos sietemesinos: Philip y Jane Charlotte. Según Carrère ambos tuvieron al poco de nacer sus propias lápidas. La historia cuenta que eran muy pobres y que la madre solo tenía leche para uno solo. Sabemos quién fue el sobreviviente, Jane falleció a las cinco semanas de vida.

  Lo cierto es que cuando en 1982 fallece Philip, fue su padre quien entierra sus restos junto a los de su hermana Jane. A la lápida, doble, solo había que gravarle la fecha de fallecimiento de Philip.

Según palabras de P. K. Dick, el fantasma de su hermana siempre rondó en su cabeza, Dick creció con una fotografía de ambos en la cuna, viéndose reflejado ese hecho dentro de su obra, plagada de personajes desdoblados, universos paralelos y realidades que se disuelven. Lo que no es más que una prolongada meditación sobre la identidad fracturada o fragmentada agudizada por una vida relacionada con las drogas alucinógenas, pero ese es otro tema.

Dick afirmaba que su hermana le transmitía mensajes del más allá, y que buena parte de su creatividad provenía de esa conexión transdimensional. La recurrencia a gemelos, el “gemelo perdido”, y los dobles en sus novelas —Ubik, Los simulacros, Una mirada a la oscuridad o Tiempo desarticulado— son el testimonio de esta grieta ontológica en la identidad, pues la sensación de sentirse incompleto debe haber agravado sus traumas.

 

Pedro Páramo y Fernando Vidal Olmos.

Regresando a Sábato y su relación con la ciencia, él se definió como un hombre escindido, dividido al fin entre la razón científica y la vocación literaria, una escisión que puede asociarse con la carga de ocupar el lugar del ausente. Su obra, un trío de aguas profundas —El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón el Exterminador (1974)— está habitada por figuras obsesivas, dobles, y visiones alucinatorias de un mundo corroído por la culpa y la imposibilidad de redención.

  En Ernesto Sábato la figura del hermano ausente puede leerse en el personaje de Martín del Castillo, en su relación con Fernando Vidal Olmos, en una configuración de alter ego, entre lo racional y lo irracional, lo visible y lo oculto. El "Informe sobre ciegos" es una clara alegoría del inconsciente como espacio donde lo reprimido (la sombra) adquiere forma monstruosa. Por otro lado no podemos dejar de pensar en Bruno como el otro lado de Fernando Vidal Olmos.


Algo que lo acompañó desde niño.

En Antes del fin relata cómo ese acontecimiento, el de un hermano fallecido cuando todavía no nacía…

 

“… motivó, quizá, los misteriosísimos pavores que sufrí de chico, las alucinaciones en las que de pronto alguien se me aproximaba con una linterna, un hombre a quien me era imposible evitar, aunque me escondiera temblando debajo de las cobijas. O aquella otra pesadilla en la que me sentía solo en una cósmica bóveda, tiritando ante algo o alguien —no lo puedo precisar— que vagamente me recordaba a mi padre. Durante mucho tiempo padecí sonambulismo…”

 

Un caso paradigmático es el del escritor mexicano Juan Rulfo (1917–1986) quien si bien no fue gemelo ni llevó el nombre de un hermano fallecido, su caso resulta relevante por la manera en que la pérdida de familiares cercanos, ambos padres y un hermano mayor, configuró una narrativa donde los muertos hablan. En Pedro Páramo, obra cumbre del realismo mágico, de 1955, el protagonista llega al pueblo de Comala en busca de su padre, pero descubre que todos los que lo habitan están muertos, y que él mismo muere a poco de iniciada su búsqueda.

Pedro Páramo es una obra construida sobre la voz de los personajes muertos pero presentes en la tierra que los cobijó, donde el protagonista, Juan Preciado, es el hijo que busca una identidad, que sólo puede acceder a saber sobre su padre por medio, y desde el diálogo, con la muerte; y ese diálogo se plasma en una polifonía de voces espectrales, cargadas de mensajes cifrados, que reflejan un juego de identidades que se observan frente un espejo en el que el azogue se ha desdibujado haciendo que las figuras antagónicas padre-hijo, vivo-muerto, se conviertan en “sombras”, en este caso sombras que guían a un muerto entre los muertos.

 

Duelos.

Quizás estos autores hablan desde la orfandad óntica y donde la literatura se convierte en un elemento para dialogar con el ausente. Los casos de Sábato, Van Gogh, Dick y Rulfo permiten delinear un patrón de producción artística atravesado por el duelo del doble. La repetición de nombres, la pérdida de un gemelo, o la necesidad de hablar con los muertos revelan que la identidad puede fundarse tanto en la presencia como en la ausencia. En todos estos autores, la escritura o la pintura actúan como forma de convocar al ausente, de reparar simbólicamente una fractura ontológica originaria, y de recuperar, en el arte, lo que la vida negó.

Sábato le agrega el condimento metafísico.

 

“Pasaron algunos años después de su muerte cuando leyendo uno de esos libros de ocultismo supe que el 24 de junio era un día infausto, porque es uno de los días del año en que se reúnen las brujas. Conciente o inconcientemente mi madre trataba de negar esa fecha, aunque no podía negar lo del crepúsculo: hora temible. No fue el único hecho infausto vinculado a mi nacimiento. Acababa de morir mi hermano inmediatamente mayor, de dos años de edad. Me pusieron el mismo nombre! Durante toda la vida me obsesionó la muerte de ese chico que se llamaba como yo y que para colmo se recordaba con sagrado respeto, porque según mi madre y doña Eulogia Carranza, amiga de mi madre y allegada a don Pancho Sierra, «ese chico no podía vivir». Por qué? Siempre se me respondió con vaguedades, se me hablaba de su mirada, de su portentosa inteligencia. Al parecer, venía marcado con un signo aciago. (Abaddón el Exterminador. Ernesto Sábato).

 

Es que en las tradiciones cabalísticas o en la filosofía hermética, el nombre es una forma de esencia, un “destino escrito”. Si aceptamos que cada nombre conlleva una vibración o carga simbólica, entonces heredar el nombre de un muerto puede interpretarse como recibir parte de su destino inconcluso. Vaya si la tuvo difícil Ernesto Sábato que no sólo fue “otro Ernesto”, sino que fue el cumplimiento postergado de una existencia trunca. Esta idea resuena con la noción de “doble vida” o “vida prestada” que muchos escritores con historias similares relatan o evocan inconscientemente en su obra, como Van Gogh, Rulfo, P. K. Dick o Mark Twain.

La historia de Mark Twain está cargada de esa fina ironía que tan bien supo llevar a su literatura, y en particular a sus famosas frases. El mordaz escritor norteamericano tuvo un hermano gemelo en su infancia. Cuenta el mismo escritor que para diferenciarlos le ataban a cada uno una cinta en la muñeca con un color diferente. Siendo tan solo bebés los dejaron solos en la bañera y uno falleció ahogado.

Hasta acá otra muerte horrible de un niño. Lo macabro es que estando ambos en el agua sus pulseras se desataron, de tal forma que en verdad nunca se supo quién se ahogó. De esta forma surge la famosa frase de Mark Twain:

 

Desde entonces no sé si yo soy yo o mi hermano

 

Experiencias existencialistas.

Algo que el también el mismo Sábato escribe en Antes del fin, solo que él lo lleva a la experiencia existencial, a hablar sobre cómo el mundo le pareció siempre extraño, ajeno, como si su vida no le perteneciera del todo, como si fuera un superviviente de otra historia, de otra historia pero con el mismo nombre. Reflexiona así en Abaddón el Exterminador:

 

Estaba bien, pero por qué entonces habían cometido la estupidez de ponerme elmismo nombre? Como si no hubiese bastado con el apellido, derivado de Saturno, Ángel de la soledad en la cábala, Espíritu del Mal para ciertos ocultistas, el Sabath de los hechiceros”.

 

Sábato no sólo fue escritor sino también físico, científico y luego ensayista. Su obra estuvo marcada por fuertes inquietudes existenciales, vivió como si su vida estuviera permanentemente habitada por otro que lo miraba desde el fondo del espejo. La muerte temprana de su hermano pudo haber encarnado esa sombra que lo siguió siempre: el niño muerto que no llegó a vivir, pero cuyo nombre se perpetuó y en esa repetición del nombre de un hermano muerto, la presencia del gemelo perdido o la irrupción de voces de ultratumba, tan presentes en Informe sobre ciegos, activan el arquetipo del doble, el Doppelgänger y de la sombra, en el sentido junguiano.

Sombra que representa las partes rechazadas del yo que, al no ser integradas conscientemente, retornan desde el inconsciente con fuerza perturbadora. En estos artistas, la sombra toma la forma del hermano muerto: un otro con quien comparten nombre, tiempo de gestación o historia de sangre, y cuya ausencia define el destino creativo del sobreviviente y la creación artística aparece como un intento de integración simbólica del yo escindido. El arte, así entendido, no es sólo forma de expresión, sino ritual de restitución, duelo y expiación metafísica.

En Sábato la obsesión por el abismo, por lo no dicho, por lo invisible que condiciona lo visible está presente en sus personajes y por ende en su obra. La muerte, el doble, la culpa, la sombra, son elementos centrales en sus obras, tanto literarias como pictóricas. Quizás en él el arte se convirtió en formas de exorcismo y revelación, en el intento de narrar una historia que no es solo la propia, sino también la del que faltó, haciendo hablar de esa forma a los muertos, dando forma al vacío y encarnando lo ausente.

Cierro con un breve texto de Abaddón que seleccioné hace más de veinte años atrás y que quizás en esa época lo entendí como un fiel reflejo de los demonios dentro de Sábato: “En una época remotísima la humanidad vivía en la esfera celestial. Constituía una inmensa familia que rodeaba al Divino Padre. No tenían cuerpo, era una comunidad de ángeles. Estos ángeles estaban dirigidos por una jerarquía espiritual denominada Satanás, una jerarquía de gran poder. Como puede tenerlo un general en tiempo de guerra. La ambición del poder, sin embargo, es lo que pierde a los seres, de cualquier naturaleza que sean. Y no por ser espiritual se carece de ambición. Así que la ambición comenzó a perturbar la conciencia de Satanás, que llegó a considerarse omnipotente como el Divino Padre, cuando en realidad carecía de la facultad creadora. Y comenzó a trabajar astutamente para rebelar la organización a su cargo, prometiendo jerarquías y poder.”





30 marzo 2025

Hermano-sombra o ese otro que acecha. Felipe Bochatay.

 

Que las historias estas llenas de paradojas, curiosidades y más historias olvidadas no es ninguna novedad. 
    

El 30 de marzo de 1852, en Zundert, Países Bajos, tenía lugar el nacimiento de Vincent Willem, en el seno de la familia Van Gogh. 

Quizás sea un dato engañoso, lo que todo el mundo sabe, bueno, los que están en el arte, es que el 30 de marzo de 1853 nace el más conocido de los Vincent Willem.   

De qué va esto.

¿Dos Vincent Van Gogh? Así es. Del primero poco se sabe, tal vez que vivió unos días o un poco más. No hay registros fidedignos. Hoy es solo una sombra en el devenir de la historia. Y no importa mucho en verdad, aunque se trate de la muerte de un niño, en esa época la mortalidad infantil era estrafalaria. Por otro lado, fue su hermano homónimo quien sería más tarde el famoso y atribulado pintor.

El pobre hermano, muerto prematuramente al parecer, fue enterrado en las cercanías de donde vivía la familia, más precisamente en las inmediaciones de la iglesia donde era pastor protestante el padre de ambos Vincent, por lo que no es de extrañar que, siendo tan solo un niño, Vincent Willem (Jr?) visitase una tumba donde estaba grabado su nombre y apellido. Algo que hiela la sangre.

Así que vaya problema para los consteladores o estudiosos de las cartas astrales. Dos hermanos, nacidos el mismo día, con el mismo nombre, pero separados por un año y la incertidumbre de no saber qué podría haber sido el primer Vincent. Ni hablar de los problemas psicológicos relacionados con la suplantación simbólica de una vida por la otra, o ni que hablar de los problemas de la relación de los padres respecto a ese niño, ¿una nueva versión del primer Vincent?

Sin embargo esta no es la primera, ni será la última, de las curiosidades entre hermanos, después de todo desde los tiempos bíblicos de Caín y Abel los hermanos vienen dando que hablar.

Mark Twain, el mordaz escritor norteamericano tuvo un hermano gemelo en su infancia. Cuenta el mismo escritor que para diferenciarlos le ataban a cada uno una cinta en la muñeca con un color diferente. Siendo tan solo bebés los dejaron solos en la bañera y uno falleció ahogado. Hasta acá otra muerte horrible de un niño. Lo macabro es que estando ambos en el agua sus pulseras se desataron, de tal forma que en verdad nunca se supo quién se ahogó.

De esta forma surge la famosa frase de Mark Twain: “Desde entonces no sé si yo soy yo o mi hermano”.

¿Más curiosidades? Mark Twain nació en 1835, con el paso del cometa Halley, y falleció en 1910…

            La última historia que me trae la memoria la leí en la interesantísima biografía de Philip K. Dick de Emmanuel Carrère “Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos: Un viaje en la mente de Philip K. Dick”. 

     En ella relata otro hecho parecido. Allí se describe de forma muy descarnada los primeros años, bueno toda la vida, pero acá importa esto, el siguiente dato: Dorothy Kindred Dick, dio a luz el 16 de diciembre de 1928, en Chicago, a una pareja de mellizos sietemesinos; Philip y Jane.

 Según Carrère ambos tuvieron al poco de nacer sus propias lápidas. La historia cuenta que eran muy pobres y que la madre solo tenía leche para uno solo. Sabemos quién fue el sobreviviente, Jane falleció a las cinco semanas de vida.


    
    Lo cierto es que cuando en 1982 fallece Philip, fue su padre quien entierra sus restos junto a los de su hermana Jane. A la lápida, doble, solo había que gravarle la fecha de fallecimiento de Philip.

    Según palabras de P. K. Dick, el fantasma de su hermana siempre rondó en su cabeza, viéndose reflejado ese hecho dentro de sus novelas, como también otras cosas, dado que además de sus problemas mentales llevó una vida relacionada con las drogas alucinógenas, pero ese es otro tema.

Más malo que mi otro yo. Felipe Bochatay.

  Puestos a pensar en personajes malvados de la ciencia ficción, o de las artes en general, no puedo dejar de observar que nuestro peor enem...