“Me llamo Ernesto, porque cuando nací, el 24 de
junio de 1911, día del nacimiento de san Juan Bautista, acababa de morir el
otro Ernesto, al que, aun en su vejez, mi madre siguió llamando Ernestito,
porque murió siendo una criatura. «Aquel niño no era para este mundo», decía.”
(Antes del fin. Ernesto Sábato.)
Cuando
llegué a Sábato, en mi temprana adolescencia, quedé atrapado apenas abrí la
novela Sobre héroes y tumbas y leí la
noticia de la muerte de Alejandra. El
hecho de que fuera lectura obligatoria en mi escuela no despertó en mí ni
intenciones de rebeldía ni, en el extremo opuesto, la sumisión del alumno
dócil. Quedé prendado de la oscuridad de esos personajes que
no eran ni malos ni buenos sino sufrientes. Luego comprendí
que existía algo que se llama existencialismo, sin embargo poco me interesaba
el concepto, sólo deseaba zambullirme en el Parque Lezama
para encontrarme con Martín y Alejandra.
De
esa forma tuve mi primer acercamiento con la historia, luego, como casi siempre
ocurre, con el escritor. Sábato era una persona muy particular; de ser la joven promesa de
la física argentina, un
candidato al Nobel, a un escritor atribulado por las pasiones
existencialistas. Había un largo
trecho.
¿Cuáles
eran esos demonios que lo atormentaban? ¿Por qué sus personajes estaban teñidos
de esas preguntas sin respuestas?
Que
las historias estas llenas de paradojas, curiosidades y otras historias dentro
de historias, olvidadas o tan ocultas que son difíciles de hallar, no es
ninguna novedad. Este artículo intenta explorar los
casos de escritores y artistas, en particular la historia de Ernesto Sábato,
que nacieron después de la muerte de un hermano, heredando su nombre o que
sobrevivieron a un gemelo con terribles consecuencias para su psique.
Historias dentro de historias
Esto es así pues enseguida que se
piense en ello vamos a interrogarnos sobre la configuración de una identidad
que se va a hallar escindida o cuanto menos menguada o atravesada por el peso
simbólico del nombre heredado o de un fantasma que se adosa al hermano que lo
sobrevive.
Ernesto Sábato (Rojas, Buenos Aires, 24 de junio de 1911–
Santo Lugares, Buenos Aires, 30 de abril de 2011),
supo convivir con fantasmas gran parte de su vida. Ellos le dieron, en El
túnel (1948), al pintor loco y asesino por celos de Juan Pablo Castel;
también al padre incestuoso y paranoico de Fernando Vidal Olmos, en Sobre
héroes y tumbas (1961), que tan bien describió ese mundo crepuscular; y
a su doble sin acento, Ernesto Sabato, en Abaddón el exterminador (1974).
Es
que Sábato fue un gran escritor argentino del que pocos saben tuvo una especie
de doble espectral, a la par que sobreviviente de una familia con once
hermanos. De qué va esto.
En
su autobiografía Antes del fin
(1998) revela que su verdadero nombre debía ser Ernesto Pedro, en homenaje a un
hermano anterior. El anterior Ernesto había fallecido a los
pocos meses de vida, un tiempo antes de que nazca el otro Ernesto, Ernesto
Roque Sábato. Así el famoso e inconsolable escritor fue bautizado con el mismo
nombre.
“Aquel nombre, aquella tumba, siempre tuvieron
para mí algo de nocturno, y tal vez haya sido la causa de mi existencia tan
dificultosa, al haber sido marcado por esa tragedia, ya que entonces estaba en
el vientre de mi madre…” (Antes del fin. Ernesto Sábato.)
Como
si ello no fuera poco, en alguna oportunidad supo manifestar que inclusive
estaba en tela de juicio la verdadera fecha de su nacimiento. El dato oficial
dice que nació un 24 de junio de 1911, sin embargo bien pudo haber nacido un
día antes, el 23 de junio, dado que según relata el mismo Sábato, nunca supo
con exactitud la fecha de su nacimiento. Sobre el tema interrogó en reiteradas
oportunidades a su madre quien, aparentemente, fingía no recordar en forma
precisa la fecha de nacimiento del escritor. Así lo relata en Abaddón el exterminador:
“Nunca supe después con exactitud si mi
nacimiento se había producido el 23 o el 24 de junio. Pero cuando un día en que
yo la acosaba, me confesó que era el atardecer y que se estaban encendiendo las
fogatas de San Juan.
—Pero entonces no hay duda: fue el 24, el día de
San Juan —le decía.
Mamá meneaba la cabeza:
—En algunas partes también se encienden fogatas
en la víspera.”
Van
Gogh y la tumba con su nombre.
Sin
embargo no debe sorprendernos este tipo de acontecimientos, que eran hechos muy
comunes en la época, de hecho otro caso conocido es el de Van Gogh.
El 30 de marzo de 1852, en Zundert, Países
Bajos, tenía lugar el nacimiento de Vincent Willem, en el seno de la familia
Van Gogh. Quizás sea un dato engañoso, lo que todo el mundo sabe, bueno, los
que están en el arte, es que el 30 de marzo de 1853 nace el más conocido de los
Vincent Willem.
¿Dos Vincent Van Gogh? Así es. Del
primero poco se sabe, tal vez que vivió unos días o un poco más. No hay
registros fidedignos. Hoy es solo una sombra en el devenir de la historia. Y no
importa mucho en verdad, aunque se trate de la muerte de un niño, en esa época
la mortalidad infantil era cuanto menos estrafalaria comparada con la
actualidad. Por otro lado, fue su hermano homónimo quien sería más tarde el
famoso y atribulado pintor.
El pobre hermano, muerto prematuramente
al parecer, fue enterrado en las cercanías de donde vivía la familia, más
precisamente en las inmediaciones de la iglesia donde era pastor protestante el
padre, por lo que no es de extrañar que, siendo tan solo un niño, Vincent
Willem visitase una tumba donde estaba grabado su nombre y apellido. Algo que
hiela la sangre saberse el sustituto del hijo idealizado pero que ahora es un
fantasma al cual se visita en una tumba que lleva el nombre de quien la
observa.
Así que vaya problema para los
consteladores o estudiosos de las cartas astrales. Dos hermanos, nacidos el
mismo día, con el mismo nombre, pero separados por un año y la incertidumbre de
no saber qué podría haber sido el primer Vincent. Sin embargo esta no es la
primera, ni será la última, de las curiosidades entre hermanos, después de
todo, desde los tiempos bíblicos de Caín y Abel los hermanos vienen dando que
hablar.
Desde una perspectiva freudiana, podría
afirmarse que Vincent, como Sábato, vivió bajo el peso de un duelo no
elaborado, y que parte de su pulsión artística puede entenderse como un intento
desesperado por constituirse como “el verdadero Vincent”, frente a la sombra
del primero. Y Sábato bien pudo haber sido otro.
Van Gogh vivió toda su vida perseguido
por un sentimiento de inadecuación, de ser incomprendido, como si
viviera una vida prestada o ajena. Su arte puede entenderse como una
forma de redención del doble ausente, una manera de otorgar existencia
al que no pudo vivir.
Desde una lectura metafísica, este caso
plantea una pregunta inquietante: ¿fue Vincent el segundo, o el primero? ¿Era
él mismo, o la reencarnación del hermano muerto? Su vida
parece querer responder esa pregunta por medio del sufrimiento y la pintura, como
si cada trazo fuera un intento de afirmar: “Estoy aquí, aunque no debería”.
Pero regresemos a Ernesto Sábato. Llevar
el nombre de su hermano muerto, ¿no es vivir bajo una identidad ya usada?, ¿una
segunda versión de otro ser? Carl Jung cuando juega con los arquetipos lleva la
cosa un poco más allá. ¿Ese hermano muerto, Ernesto o Ernestito, no sería una
sombra, una presencia que no deja de manifestarse a través de la creación
literaria de Sábato?
“Siempre me fastidió aquella
incerteza, incerteza que me había impedido tener un horóscopo preciso. Y más de
una vez volvía a interrogarla, porque tenía la sospecha de que me ocultaba
algo. Cómo era posible que una madre no recuerde el día del nacimiento de su
hijo?” (Abaddón el Exterminador. Ernesto Sábato).
El cuerpo simbólico del hermano muerto
actúa como un doble espectral que interpela al sujeto desde su origen. Para Otto
Rank, en El doble. Un estudio psicoanalítico, de 1925, este tipo de
duplicación produce una angustia ontológica ligada al “doble narcisista” y que
el pasado de una persona se aferra a ésta, y se convierte en su destino. Algo
que Dostoievski en El doble, de 1846, lleva al extremo. Tan al extremo que dicha
novela tiene una “doble” reescrita veinte años después.
Sin lugar a dudas es lo que debe haber
padecido Van Gogh durante gran parte de su vida. Ni hablar de los problemas
psicológicos relacionados con la suplantación simbólica de una vida por la
otra.
Yo estoy vivo.
Un experto en esas lides fue Philip K.
Dick, quien sufrió a un gemelo ausente y usó la literatura como revelación.
Así
lo podemos leer en la interesantísima biografía de Philip K. Dick, de Emmanuel
Carrère, Yo estoy vivo y vosotros estáis
muertos: Un viaje en la mente de Philip K. Dick. En ella relata un hecho macabro, se describe de forma muy
descarnada los primeros años, bueno toda la vida, pero acá importa esta etapa de
donde obtenemos este dato: Dorothy Kindred Dick, dio a luz el 16 de diciembre
de 1928, en Chicago, a una pareja de mellizos sietemesinos: Philip y Jane Charlotte.
Según Carrère ambos tuvieron al
poco de nacer sus propias lápidas. La historia cuenta que eran muy pobres y que
la madre solo tenía leche para uno solo. Sabemos quién fue el sobreviviente,
Jane falleció a las cinco semanas de vida.
Lo
cierto es que cuando en 1982 fallece Philip, fue su padre quien entierra sus
restos junto a los de su hermana Jane. A la lápida, doble, solo había que
gravarle la fecha de fallecimiento de Philip.
Según palabras de P. K. Dick, el
fantasma de su hermana siempre rondó en su cabeza, Dick creció con una
fotografía de ambos en la cuna, viéndose reflejado ese hecho dentro de su obra,
plagada de personajes desdoblados, universos paralelos y realidades que se disuelven.
Lo que no es más que una prolongada meditación sobre la identidad fracturada o
fragmentada agudizada por una vida relacionada con las drogas alucinógenas,
pero ese es otro tema.
Dick afirmaba que su hermana le
transmitía mensajes del más allá, y que buena parte de su creatividad provenía
de esa conexión transdimensional. La recurrencia a gemelos, el “gemelo
perdido”, y los dobles en sus novelas —Ubik, Los simulacros, Una mirada a la oscuridad o
Tiempo desarticulado— son el testimonio de esta grieta
ontológica en la identidad, pues la sensación de sentirse incompleto debe haber
agravado sus traumas.
Pedro Páramo y Fernando Vidal Olmos.
Regresando a Sábato y su relación con
la ciencia, él se definió como un hombre escindido, dividido al fin entre la
razón científica y la vocación literaria, una escisión que puede asociarse con
la carga de ocupar el lugar del ausente. Su obra, un trío de aguas profundas —El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddón
el Exterminador (1974)— está habitada por figuras obsesivas, dobles, y
visiones alucinatorias de un mundo corroído por la culpa y la imposibilidad de
redención.
En Ernesto Sábato la figura del hermano ausente puede leerse en el personaje de Martín del Castillo, en su relación con Fernando Vidal Olmos, en una configuración de alter ego, entre lo racional y lo irracional, lo visible y lo oculto. El "Informe sobre ciegos" es una clara alegoría del inconsciente como espacio donde lo reprimido (la sombra) adquiere forma monstruosa. Por otro lado no podemos dejar de pensar en Bruno como el otro lado de Fernando Vidal Olmos.
Algo que lo acompañó desde niño.
En Antes del fin relata cómo ese
acontecimiento, el de un hermano fallecido cuando todavía no nacía…
“… motivó, quizá, los
misteriosísimos pavores que sufrí de chico, las alucinaciones en las que de
pronto alguien se me aproximaba con una linterna, un hombre a quien me era
imposible evitar, aunque me escondiera temblando debajo de las cobijas. O
aquella otra pesadilla en la que me sentía solo en una cósmica bóveda,
tiritando ante algo o alguien —no lo puedo precisar— que vagamente me recordaba
a mi padre. Durante mucho tiempo padecí sonambulismo…”
Un caso paradigmático es el del
escritor mexicano Juan Rulfo (1917–1986) quien si bien no fue
gemelo ni llevó el nombre de un hermano fallecido, su caso resulta relevante
por la manera en que la pérdida de familiares cercanos, ambos padres y un
hermano mayor, configuró una narrativa donde los muertos hablan. En Pedro Páramo, obra cumbre del realismo
mágico, de 1955, el protagonista llega al pueblo de Comala en busca de su
padre, pero descubre que todos los que lo habitan están muertos, y que él mismo
muere a poco de iniciada su búsqueda.
Pedro Páramo es una obra construida sobre la voz de los personajes
muertos pero presentes en la tierra que los cobijó, donde el protagonista, Juan
Preciado, es el hijo que busca una identidad, que sólo puede acceder a saber
sobre su padre por medio, y desde el diálogo, con la muerte; y ese diálogo se
plasma en una polifonía de voces espectrales, cargadas de mensajes cifrados,
que reflejan un juego de identidades que se observan frente un espejo en el que
el azogue se ha desdibujado haciendo que las figuras antagónicas padre-hijo,
vivo-muerto, se conviertan en “sombras”, en este caso sombras que guían a un
muerto entre los muertos.
Duelos.
Quizás estos autores hablan desde la orfandad
óntica y donde la literatura se convierte en un elemento para dialogar con el
ausente. Los casos de Sábato, Van Gogh, Dick y Rulfo permiten delinear un
patrón de producción artística atravesado por el duelo del doble. La repetición
de nombres, la pérdida de un gemelo, o la necesidad de hablar con los muertos
revelan que la identidad puede fundarse tanto en la presencia como en la
ausencia. En todos estos autores, la escritura o la pintura actúan como forma
de convocar al ausente, de reparar simbólicamente una fractura ontológica
originaria, y de recuperar, en el arte, lo que la vida negó.
Sábato le agrega el condimento
metafísico.
“Pasaron
algunos años después de su muerte cuando leyendo uno de esos libros de
ocultismo supe que el 24 de junio era un día infausto, porque es uno de los
días del año en que se reúnen las brujas. Conciente o inconcientemente mi madre
trataba de negar esa fecha, aunque no podía negar lo del crepúsculo: hora
temible. No fue el único hecho infausto vinculado a mi nacimiento. Acababa de
morir mi hermano inmediatamente mayor, de dos años de edad. Me pusieron el
mismo nombre! Durante toda la vida me obsesionó la muerte de ese chico que se
llamaba como yo y que para colmo se recordaba con sagrado respeto, porque según
mi madre y doña Eulogia Carranza, amiga de mi madre y allegada a don Pancho
Sierra, «ese chico no podía vivir». Por qué? Siempre se me respondió con
vaguedades, se me hablaba de su mirada, de su portentosa inteligencia. Al
parecer, venía marcado con un signo aciago. (Abaddón el Exterminador. Ernesto
Sábato).
Es que en las tradiciones cabalísticas
o en la filosofía hermética, el nombre es una forma de esencia,
un “destino escrito”. Si aceptamos que cada nombre conlleva una vibración o
carga simbólica, entonces heredar el nombre de un muerto puede interpretarse
como recibir parte de su destino inconcluso. Vaya si la tuvo
difícil Ernesto Sábato que no sólo fue “otro Ernesto”, sino que fue el
cumplimiento postergado de una existencia trunca. Esta idea resuena
con la noción de “doble vida” o “vida prestada” que muchos escritores con
historias similares relatan o evocan inconscientemente en su obra, como Van
Gogh, Rulfo, P. K. Dick o Mark Twain.
La historia de Mark Twain está cargada
de esa fina ironía que tan bien supo llevar a su literatura, y en particular a
sus famosas frases. El mordaz escritor norteamericano tuvo un hermano gemelo en
su infancia. Cuenta el mismo escritor que para diferenciarlos le ataban a cada
uno una cinta en la muñeca con un color diferente. Siendo tan solo bebés los
dejaron solos en la bañera y uno falleció ahogado.
Hasta acá otra muerte horrible de un
niño. Lo macabro es que estando ambos en el agua sus pulseras se desataron, de
tal forma que en verdad nunca se supo quién se ahogó. De esta forma surge la
famosa frase de Mark Twain:
“Desde
entonces no sé si yo soy yo o mi hermano”
Experiencias existencialistas.
Algo que el también el mismo Sábato
escribe en Antes del fin, solo
que él lo lleva a la experiencia existencial, a hablar sobre cómo el mundo le
pareció siempre extraño, ajeno, como si su vida no le perteneciera del
todo, como si fuera un superviviente de otra historia, de otra
historia pero con el mismo nombre. Reflexiona así en Abaddón
el Exterminador:
“Estaba
bien, pero por qué entonces habían cometido la estupidez de ponerme elmismo
nombre? Como si no hubiese bastado con el apellido, derivado de Saturno, Ángel
de la soledad en la cábala, Espíritu del Mal para ciertos ocultistas, el Sabath
de los hechiceros”.
Sábato no sólo fue escritor sino
también físico, científico y luego ensayista. Su obra estuvo marcada por
fuertes inquietudes existenciales, vivió como si su vida estuviera
permanentemente habitada por otro que lo miraba desde el fondo del
espejo. La muerte temprana de su hermano pudo haber encarnado esa
sombra que lo siguió siempre: el niño muerto que no llegó a vivir, pero
cuyo nombre se perpetuó y en esa repetición del nombre de un hermano
muerto, la presencia del gemelo perdido o la irrupción de voces de ultratumba,
tan presentes en Informe sobre ciegos, activan el arquetipo del doble,
el Doppelgänger y de la sombra, en el
sentido junguiano.
Sombra que representa las partes
rechazadas del yo que, al no ser integradas conscientemente, retornan desde el
inconsciente con fuerza perturbadora. En estos artistas, la sombra toma la
forma del hermano muerto: un otro con quien comparten nombre, tiempo de
gestación o historia de sangre, y cuya ausencia define el destino creativo del
sobreviviente y la creación artística aparece como un intento de integración
simbólica del yo escindido. El arte, así entendido, no es sólo forma de
expresión, sino ritual de restitución, duelo y expiación metafísica.
En Sábato la obsesión por el abismo, por lo no dicho, por lo invisible que condiciona lo visible está presente en sus personajes y por ende en su obra. La muerte, el doble, la culpa, la sombra, son elementos centrales en sus obras, tanto literarias como pictóricas. Quizás en él el arte se convirtió en formas de exorcismo y revelación, en el intento de narrar una historia que no es solo la propia, sino también la del que faltó, haciendo hablar de esa forma a los muertos, dando forma al vacío y encarnando lo ausente.
Cierro con un breve texto de Abaddón
que seleccioné hace más de veinte años atrás y que quizás en esa época lo entendí
como un fiel reflejo de los demonios dentro de Sábato: “En una época
remotísima la humanidad vivía en la esfera celestial. Constituía una inmensa
familia que rodeaba al Divino Padre. No tenían cuerpo, era una comunidad de
ángeles. Estos ángeles estaban dirigidos por una jerarquía espiritual denominada
Satanás, una jerarquía de gran poder. Como puede tenerlo un general en tiempo
de guerra. La ambición del poder, sin embargo, es lo que pierde a los seres, de
cualquier naturaleza que sean. Y no por ser espiritual se carece de ambición.
Así que la ambición comenzó a perturbar la conciencia de Satanás, que llegó a
considerarse omnipotente como el Divino Padre, cuando en realidad carecía de la
facultad creadora. Y comenzó a trabajar astutamente para rebelar la
organización a su cargo, prometiendo jerarquías y poder.”